La Semana Santa, ese periodo de fervor, piedad, procesiones y amor fraterno, tiene también sus efectos secundarios. Desde hace unos cuantos años, hay mucha gente que vive estos días más como fiesta y ocio que como religiosidad. Se llenan las playas, los hoteles y las casas rurales, abundan los cruceros y los viajes a lugares exóticos, ponen el cartel de "completo" las estaciones de esquí, se producen más atascos que en ningún otro momento del año dado el gran volumen de tráfico hacia cualquier sitio y el éxito de la Semana Santa, ¡oh modernidad!, se mide ya por el número de turistas y no tanto por la grandiosidad, belleza y recogimiento de las tallas y de los desfiles. Y, enseguida, claro, se echan cuentas de lo que ha supuesto la Pasión, Muerte y Resurrección del Redentor para la economía de la ciudad, la provincia, la comunidad autónoma y la nación: cuántos beneficios han dejado los visitantes, si han gastado mucho o poco en tiendas, bares y restaurantes, el nivel de ocupación hotelera, los puestos de trabajo creados para unas horas? Como todavía no se ha inventado un medidor para la devoción, por ahora no sabremos si se ha registrado más o menos que en ediciones anteriores. Pero todo se andará.

En los pueblos pequeños, la llegada de la Semana Santa trae consigo una invasión de nietos. Por San Blas, la cigüeña; por San José, las golondrinas y tras el Domingo de Ramos, los nietos. (Aunque lo del Domingo de Ramos depende de esos calendarios escolares de quita y pon de los que nunca sabemos si marcan las vacaciones el Viernes de Dolores o el Miércoles Santo y si las decisiones son lógicas y racionales o se toman a la carta más alta).

Estábamos en que vienen los nietos. Hay señales infalibles de su próxima aparición. Las abuelas entran en el comercio y cargan con productos no habituales: golosinas, leche desnatada, yogures de sabores raros, pan integral, coca-cola light, nescafé descafeinado, cola-cao sin cola ni cacao y cosas así. Y lo explican:

-Es que es lo que les gusta a los nietos de Madrid. Me ha llamado mi hija y me ha dicho que vienen el viernes y que le compre todo esto para los críos. ¡Y a ver qué va a hacer una! Y tan contenta, porque si no están a gusto, no vuelven; por las fiestas y poco más.

Si le das conversación, bálsamo de la soledad, la buena señora se explaya sobre las cualidades de los nietos, lo listos que son, lo bien que van en el colegio, los trofeos que ganan?

Los abuelos suelen entrar en las cocheras y antiguas paneras a poner en orden las bicis. Desde el verano no las ha tocado nadie y a saber cómo estarán. El problema es que estos cacharros modernos no son como los de sus tiempos. Ahora tienen cambio automático, más piñones que un pinar cuajado, medidor de pulsaciones y él no se atreve a meter mano. Habrá que llevarlas al taller o pedirle el favor a alguno del pueblo que tenga una parecida, aunque sepa que los nietos tal vez ni las usen. Pero basta que estén estropeadas para que se les antojen, si lo sabrá él.

Abuelos y abuelas esperan impacientes y estallan de alegría en cuanto para un coche a la puerta y ven bajar a hijos y nietos. Puede suceder que estos últimos apenas les hagan caso, pero les da igual, lo importante es que han venido, que se quedarán unos días y que esos días serán los más felices del año. ¿Hasta cuándo? Esa es la tremenda duda que corroe a mucha gente. Cuando desparezcamos nosotros, ¿volverán al pueblo o se olvidarán definitivamente del terruño? Y no hay respuesta; cada cual es cada cual. Pero sí hay un manto de pesimismo. Basta con constatar los datos: descenso de población, envejecimiento, familias de las que ya no queda nadie, casas que si cierran?

Por eso la Semana Santa, para los pueblos uno de los momentos vitales más alegres y optimistas, tiene también un poso hondo de amargura. Hoy, Domingo de Pascua, se celebra la Resurrección de Cristo. Por la mañana, procesiones de encuentro entre la Virgen y su Hijo, flores, cánticos festivos, romerías, hornazos, rosquillas, luz, blancura?Por la tarde, la negrura del éxodo, el adiós a las raíces revividas y al reencuentro con familiares y amigos, la vuelta a una normalidad que nunca sabremos si es normal o rara, la sensación de que desaparece otra vez el paraíso perdido?

Sí, hoy es un día triste para una tierra como esta. La Resurrección aquí equivale a agonía, igual que la Pasión, mientras duró el oasis semanasantero, fue vida, gente por las calles, niños corriendo y jugando, gritos y risas frente al duro silencio cotidiano, frente al desamparo dañino.

Se acabó la invasión de nietos. Todo vuelve a ser aprendiz de nada.