Por entonces éramos más jóvenes. En el curso 1972-1973 comenzó a impartirse la Licenciatura de Ciencias Políticas y Sociología en la Facultad de su nombre, al lado del Edificio de Semillas del Ministerio de Agricultura en la Carretera de La Coruña (todo se llamaba así, luego fue cambiando). En las secretarías, en las colas para entrar en las clases, en los tablones de anuncios nos agolpábamos estudiantes recién salidos de los Institutos y otros ya con carreras terminadas y, hasta, con Doctorados en su haber. En mi caso la cercanía de iniciales del apellido me fue dado convivir con Mary Carmen Rodríguez, funcionaria del INE, Miguel Roiz Célix, Octavio Uña Juárez? De aquel conglomerado de alumnos muchos terminaron siendo profesores en distintas instituciones, otros nos quedamos solamente en poetas. Octavio Uña, religioso agustino por aquel entonces, ya había publicado varios libros, uno de ellos, "Mediodía de Angélica", de justa celebración, pero su andadura seguía teniendo parcelas místicas y también, ¡cómo no!, de cierto clandestinismo político, pues el momento era clave para deshacernos del bagaje de una España atenazada por el franquismo y sus opresivos gobernantes. Es notorio un acto varias veces recordado: con frecuencia acudían políticos de izquierdas, sindicalistas, algunos revolucionarios gratuitos. En una de aquellas ocasiones fue Marcelino Camacho el que arengaba al personal desde un utilitario en la propia entrada de la facultad.

-Tenemos que acabar con el franquismo, desmontar los sindicatos verticales, ¡aspiramos a la libertad!.

Se oían aplausos. Lógicamente. En un momento dado Camacho, muy tranquilo, dijo:

-Creo que tenemos visita, así que a dispersarse y a no armar jaleo.

El jaleo lo armaron los grises, como siempre, los empleados al servicio del Estado (de aquel Estado), que a la muerte del dictador se convirtieron en demócratas de toda la vida, igual que los esbirros de la Secreta que a veces se matriculaban para espiarnos y ver si alguien hablaba del marxismo o de otros venenos de la época.A veces había sangre en los pasillos y escaleras de la facultad, en otras ocasiones inmovilizaban nuestros coches o nos prohíban salir a la carretera a tomar el autobús y, sobre todo, avanzar en manifestación hacia la Moncloa. En una de esas ocasiones fueron detenidos varios estudiantes y Octavio Uña, vestido con el hábito precioso de su orden, se dirigió a donde fuera, seguramente la Dirección General de Seguridad, a solicitar la libertad de aquellos detenidos.

Pronto llegó Suárez, el propio Uña se metió un poquito en política defendiendo las ideas castellanoleonesas o algo así y la Presidencia del Gobierno se instaló en nuestro jardín, quiero decir en el entorno de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, donde convivíamos con docentes preclaros como José Antonio Maravall, a la vez Director de "Cuadernos Hispanoamericanos", José Vidal Beneyto, Luis González Seara, Díez Nicolás, Amando de Miguel, Fernando Ariel del Val, María Carmen Iglesias, Carlos Moya Valgañón, José Antonio Ortega y Díaz-Ambrona, Enrique Curiel y un largo etcétera que, luego, fueron tomando posiciones para una, digamos, reconstrucción de la perdida democracia tras la insurgencia de 1936.

Uña se secularizó, contrajo matrimonio con una buena compañera también activista de aquellas horas, y siguió analizando la escolástica, las ideas de Santo Tomás de Aquino, la poética de Pablo Neruda y la visión progresista de tantos y tantos hombres que hicieron posible una Transición modélica en España, aún no terminada, desde luego. Consiguió nuevas cátedras, siendo profesor en tierras gallegas y, ya más tarde, traslado a Castilla La Mancha se esforzó con otros compañeros en la creación de la, aún, flamante Asociación Castellano-Manchega de Sociología, cuyos congresos en Almagro, Valdepeñas; reuniones de trabajo en Albacete, Toledo y otros encuentros en el resto de España dan fe del enorme bagaje intelectual tanto de Uña como de aquellos sociólogos y afines que tienen la labor diaria como base de su trabajo y de sus investigaciones.

En nuestro caso me precio de haber tenido a Octavio Uña Juárez ; Lorenzo Navarrete y a Miguel Roiz, entre otros compañeros, como miembros del Tribunal que juzgó mi modesta tesis doctoral titulada "La crítica literaria como fenómeno sociológico" dirigida por González Seara y, afortunadamente, bien apreciada por todos ellos.

De sus trabajos y sus noches obtuvo algunos resultados, muchos y bien reconocidos, como la publicación de nuevos libros de toda índole, ensayos de ciencias políticos, de filosofía religiosa, manuales para estudiantes y, ahí vamos, poemarios de variada factura pero siempre con la mirada puesta en el ancho mundo, en los viajes por el universo vivo, en la delicia de las féminas de todas las latitudes, en los atardeceres maravillados y en los amaneceres que el Creador o la fantasía numérica de las estaciones nos permiten disfrutar. Algunos de estos libros de versos con entrañables para mí mismo como "Cierta es la tarde", en el cual el autor me obsequió con la posibilidad de insertar unas palabras como prólogo o pórtico de sus andanzas donde yo recordaba que "el poeta suscita escalofríos, horizontes perfectos; planta árboles nuevos en espacios de calma". Y donde el mismo Uña recordaba los horizontes por mi tan queridos de Cantabria ("Por Oyambre mil aves repetían/ la región de la almas. Blancos cisnes/de roda al paraíso" aunque no olvida en otras ocasiones la reciedumbre de Castilla y de León, de su Zamora natal donde también nació, en Castroverde de Campos, mi abuela materna. Y también queda como testimonio y no ligera expresión ese impresionante poemario titulado "Puerta de Salvación" que, animado por mí mismo tras la publicación de mi poemario "Crónica de aves (El viaje a Chile)", publicó en la Biblioteca CYH. Ciencias y Humanidades capitaneada por el gran editor y traductor Víctor Pozanco. Me refiero, naturalmente, a un libro del que Rosa Navarro Durán diría que "No hay en él más espacio que la propia poesía". Así es pues el autor, catedrático, amigo, amante de los sueños y la vida escribe en él: "Esta vida mortal inconsolada/ rompe su don, y triste/ya sin destino./fuimos para el amor, mas entregados a lenta desventura, y sólo huellas/de dicha y paraíso". Si, la Sociología, la existencia, la poesía unidas en el mismo sitial.