Con los ojos como platos cumplo de testigo mientras los protagonistas desfilan, unos intentando huir del temporal y otros pescando en aguas turbulentas. Y alerta está la nariz por un olor a descompuesto que inunda la carretera de la Coruña desde un lugar al que llaman La Moncloa, palacio que hay saliendo de Madrid por un arco. Ha llegado al olfato de millones, que se lanzan a las calles a reclamar lo que les deben desde un ayer interminable. Los primeros que han sacado tajada han sido los menos y más callados. Acreedores a la orden, pero armados, que fueron destinados a las posiciones de poner la cara y que han logrado ser igual que esos periféricos a quienes golpearon porque querían romper la patria con sus votos. Por mil doscientos millones, y sin los números de todos aprobados, los guardias se han cuadrado de nuevo.

Vista la debilidad del gobierno, oleadas de todos los sexos y edades leen en voz alta sus facturas. Cuentan con la impagable ayuda de los mismos altavoces que se implican, mucho más de lo que les obliga la noticia, en la promoción del miedo contra una minoría de dos millones de pacifistas, pero catalanes y atrevidos. Muchas voces se escuchan de mujeres y mayores que pronto borrarán sus huellas de nuestros oídos. El Gobierno dice que cualquier concesión solo será a cambio de unos presupuestos inaceptables para los movilizadores. O sea, que no era por dinero. Quizás no recordaron, cuando decidieron reabrir la "agenda social", que "Roma no paga" a quienes traicionan sus propios ideales.

Y para terminar, fuegos artificiales de prisiones perpetuas atizando los sentimientos dolidos por unas víctimas pequeñas. Pero propiciatorias cuando falta la decencia.

Estamos contando, en directo, la historia del primer trimestre de 2018, siglo XXI después de Cristo en España. Un país en el que también está pasando que un cura, vestido con una cruz levantada gracias a la mayor de las violencias, se ríe de muertos y de vivos negándose a comparecer donde le citan dos de los tres poderes legítimos. Pero tiene a su favor el tercero, el de ese gobierno que huele a muerto.

Domingo Sanz