Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de la Historia ha manifestado que "manipular el pasado es propio del pensamiento totalitario". Lo ha hecho en referencia a la retirada de una estatua dedicada en Barcelona al empresario y naviero Antonio López porque comerció con esclavos. Algo absolutamente reprobable. ¿Se equivoca entonces Iglesias al cuestionar la decisión del Ayuntamiento de Colau? Así planteado, aquí y ahora, cualquiera diremos que sí, la estatua de un esclavista no es tolerable.

No obstante la Asociación Catalana de Capitanes de la Marina mercante niega tal acusación de la que dice que no existe prueba alguna. A la vez, fue alguien que realizó una gran labor social y como mecenas en diferentes ámbitos de la cultura en Cataluña, Gaudí o Verdaguer entre otros, y otras partes de España, o que fundó entre otras empresas la más importante naviera española y una de las mayores de Europa.

La de López es la anécdota. La categoría -y es la llaga en la que Carmen Iglesias pone el dedo- es si es legítimo y sobre todo si resulta enriquecedor o empobrecedor, clarificador o manipulador, releer el pasado con los ojos del presente. Y reescribirlo. Aplicar la ética ideológica actualmente dominante a algo que ocurrió cuando el contexto social, histórico y cultural sustentaban un paradigma ético-ideológico completamente distinto. Así planteado ya no es tan evidente que sea intolerable la pervivencia de ciertas huellas del pasado por mucho que individualmente podamos denostarlas.

Esta dialéctica, que se permite sin demasiada acritud cuando nos referimos a vestigios provenientes de hace más de un siglo, no se tolera cuando se trata de la memoria histórica proveniente del franquismo y la Guerra Civil. Cualquiera que discuta, siquiera de soslayo, la aplicación extrema de las normativas que se van proponiendo al efecto, pasa a ser automáticamente tachado de fascista, normalmente por quienes tratan de imponer, como denuncia Iglesias, su pensamiento totalitario. Los vencedores siempre han escrito la historia, guste o no, tiempo e historiadores van centrándola paulatinamente y dándole objetividad.

Tratar de cambiarla de extremo a extremo décadas o siglos después, aparte de banal y estúpido, es manipulador, empobrecedor y muy peligroso. Con la ejemplar transición española y la Constitución se cortó en lo esencial con la herencia de la dictadura. En esos años se eliminaron la simbología más importante del antiguo régimen y el corpus legislativo que chocaba con la democracia liberal que nos dimos y que el mismo anterior régimen propició con su autodesmontaje tras la muerte -en el poder- del dictador. No poner un límite a las acciones "equilibrantes" de la memoria histórica lleva al absurdo.

Roma sigue plagada de placas, inscripciones y recuerdos del fascista totalitario Mussolini. A nadie se le ocurre tildar por ello de fascistas a los socialistas y comunistas que no los han eliminado cuando han gobernado. Justo lo contrario que ocurrirá, por ejemplo, en Zamora a quien proponga que Carlos Pinilla, uno de los escasos políticos benefactores de esta provincia, siga dando nombre a una pequeña calle.

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