Si la música, como sabemos, ayuda a curar las heridas del alma, todos los años, y van dieciséis, la ciudad del alma que, en verso de Claudio Rodríguez es Zamora, recibe por estas fechas un tratamiento intensivo de la mejor calidad.

Durante este fin de semana vivimos una nueva edición del Festival Internacional de Música Pórtico de Zamora. El mismo que nació de aquel primigenio Pórtico de Semana Santa y que en cada una de las dieciséis ediciones que lleva celebrándose bajo la inspirada batuta organizativa de Alberto Martín y su equipo, ha ido sabiendo mantener un programa de primer nivel nacional e internacional, en un mundo tan complicado y exigente como el de la más noble música.

Arte que cura, en la más querida para mí de las iglesias del románico zamorano. Nacida en el siglo XI, reconstruida en distintas ocasiones con el paso de los siglos -otra pétrea metáfora de los avatares del alma del hombre-, cosidas y restauradas sus humildes piedras por manos humildes para ensalzar a lo que nos supera y trasciende. Arte que cura, acariciando con los dedos, peinando con los arcos, tensando con el vibrar de las cuerdas, golpeando con la percusión de las teclas, la aguda y vívida presencia de las laceraciones que el camino causó en nuestra carne mortal, en nuestra inmortal alma.

A la vez que Toro rinde su homenaje a Jesús López Cobos en su definitivo regreso a la ciudad, en el corazón de la iglesia de San Cipriano, junto al capitel de la expulsión de Eva y Adán del Paraíso, se fusionan arquitecturas. Arquitectura sólida, de piedra no menos desnuda que erosionada por el tiempo. Arquitectura fluida, en el desgranar de notas que construyen obras majestuosas, universales y atemporales. Arquitectura etérea en el público espectador que, llenándose de medicina musical, sale de sí mismo y se eleva sobre el camino que traza el pentagrama para fortalecer y agrandar su castillo interior. Sin música la vida sería un error, predicó Nietzsche.

"Ars Curae", medicina, arte que cura, el título bajo el que este año se celebra un Pórtico que, pese al escaso número de entradas a la venta, atrae a nuestra ciudad a un buen número de melómanos venidos de toda España. Es en torno a la cultura, a nuestro patrimonio, el más antiguo, más sólido y más íntimo, en torno al cual Zamora debe construir su futuro. También en torno a lo más moderno y contemporáneo, en el brillante catálogo arquitectónico contemporáneo, en los dramáticamente desaprovechados fondos de Baltasar Lobo y León Felipe, en un museo Etnográfico no suficientemente potenciado.

El sector turístico, principal fuente de abastecimiento del PIB español, está migrando de ofertar destinos a ofrecer experiencias. Hilo de Ariadna al que esta vieja y envejecida Zamora ha de aferrarse para salir del ciego laberinto y reconstruirse antes de ser definitivamente engullida por las fauces del monstruo del tiempo.

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