Con la mezcla de cinismo y desparpajo a que nos tienen por desgracia acostumbrados, miembros del Gobierno calificaron de "elitista" la huelga feminista del domingo.

Por supuesto que, como pudo fácilmente comprobarse, había en las multitudinarias manifestaciones muchas menos mujeres de piel oscura que las que podrían esperarse en vista de las condiciones de trabajo a que están diariamente sometidas.Por supuesto que muchas de esas mujeres que trabajan en cocinas, hospitales o se dedican al cuidado de mayores en familias de clase media no pudieron muchas veces unirse a sus congéneres por miedo a perder el puesto de trabajo.

Algunas mujeres del PP, pero también de su posible relevo por la derecha, Ciudadanos, adujeron otras razones para no secundar la huelga: era, según dijeron, antisistema.

Hay que dudar de que eso fuera lo que moviera a todas las mujeres que se sumaron a las multitudinarias manifestaciones, pero seguro que sí a muchas de ellas.

Y ¿qué hay de malo en ello?, habría que preguntarse. ¿O es que el único objetivo de una huelga feminista es que haya más mujeres en puestos de mando sin que cambien de algún modo las estructuras?

¿Hicieron huelga muchas de esas mujeres sólo para poder ver a más Margarets Thatcher, a más Hillaries Clinton, a más Christines Lagarde al frente de gobiernos o instituciones?

Si eso fuera así, si no cambiasen nada más que unos pantalones por unas faldas, ¿qué se habría ganado en el fondo?

Por supuesto que lo que movía a muchas de los cientos de miles de mujeres que salieron a la calle en España y otros países era la idea, que muchos considerarán utópica, de cambiar un mundo que perciben como cada vez más desigual, insolidario y devorador de recursos.

Un mundo en el que los políticos, hombres y mujeres, pasan tan fácilmente de la empresa privada a los gobiernos y se dedican tantas veces al más descarado cabildeo a favor de quienes antes pagaban sus sueldos.

Y en el que parece más importante gastar en armamento o en infraestructuras totalmente inútiles, si no es para engordar el bolsillo de quienes las encargaron o construyeron, que en la formación de nuestros jóvenes.

Un mundo en el que un individuo como el gobernador del Banco de España se permite criticar la vinculación de las pensiones de jubilación al IPC mientras él se sube descaradamente año tras año su propio su sueldo en porcentajes muy superiores a la inflación.

Y que al mismo tiempo recomienda a los futuros jubilados invertir menos en vivienda propia -como si eso no fuera lo que siempre han estimulado aquí la banca y los gobiernos- y más en poco claros productos financieros.