Reconozco reducida mi capacidad de asombro en el ámbito político, pero a veces, como con el culebrón del botellón en la noche del Jueves Santo, aún se despierta. Sabemos que la política hace extraños compañeros de cama. También, en ocasiones, extraños compañeros "bajo la cama". Así ocurre con la postura conjunta, por pasiva, no por activa, del gobierno municipal Izquierda Unida-PSOE y del gobierno central del PP a través de la Subdelegación en Zamora.

Meterse bajo la cama es tomar una postura de equidistancia, falsa por definición, entre la reclamación por un lado de los vecinos de la zona y el sentido común de la mayoría social de la ciudad y por otro de aquellos que van a participar en él. Meterse bajo la cama es aludir a que no se prohibe "porque no existen alternativas", como hemos escuchado -con asombro- en los últimos días a los miembros del gobierno municipal. O a que no se puede actuar en defensa del orden público "porque no está convocado oficialmente" como hemos leído -con asombro- que ha manifestado el subdelegado del gobierno. Meterse bajo la cama es dejarlo todo al albur del anuncio de que se va a emitir un Bando, a modo de brindis a la luna casi llena que iluminará, si las nubes lo permiten, esa madrugada, pidiendo "colaboración, respeto y convivencia durante esos días". Se supone que dirigido, aunque casi nadie lo lea, a todos los zamoranos -asombrosa equidistancia de nuevo- y también a los visitantes, que ninguno de los de esa concreta noche leerá.

Lo anterior es asombroso, como lo es que solo una fuerza política con representación municipal, Ciudadanos, haya roto la equidistancia para ponerse del lado de los vecinos que, especialmente esa noche pero también muchas otras a lo largo del año, sufren y padecen los efectos del botellón. Pero y lo dejo intencionadamente para el final, nadie habla de lo más obvio: Que no es necesario prohibir algo que ya está prohibido por las leyes estatal y autonómica y por la ordenanza municipal. No hay que prohibirlo, solo evitar que se produzca algo que es ilegal.

El botellón nació en ciertas zonas de Madrid y en la plaza mayor de Cáceres. Allí lo presencié, en un fin de semana estival de hace unos cuantos años, en compañía de mi esposa. Como hormigas, cientos de jóvenes y adolescentes llegaban por las calles que confluían en el foro. Unos con botellas en bolsas, otros las tenían en los maleteros de vehículos previamente estacionados en la misma plaza. Parecía incontrolable. Un día el Ayuntamiento decidió no seguir incentivando con su pasividad el acceso indiscriminado al alcohol por parte de los menores ni tolerando los otros efectos del botellón. Acabó con ello.

Nada hay que prohibir más allá de lo que ya está prohibido. Solo evitar que se produzca y, como en el resto de los casos, sancionar el incumplimiento de la ley. El resto, en verso de Bécquer, "bobería, ladridos de los perros a la luna".

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