La profunda herida de las cajas de ahorro sigue sin cerrarse. Se abre con cada roce, sangra a la menor, no deja de dolernos. Estos días ha vuelto a abrirse con la decisión judicial de declarar prescritos los hechos que se investigaban por los regalos crediticios que en su día aprobara Caja España a uno de sus presidentes. Se investigaban las responsabilidades del Consejo de Administración por el que pasó semejante decisión y del que formaba parte el entonces presidente de la Diputación zamorana y hoy dirigente nacional del PP, Martínez Maíllo. Ya habían declarado todos, salvo este último, por aquello de que es aforado y se había podido escaquear hasta el momento. Ya lo hizo del todo. Enhorabuena, don Fernando. Según la peculiar justicia o leyes que tenemos, da igual que hubiera o no delito. La cosa ha prescrito porque supuestamente pasaron cinco años entre el hecho investigado y la apertura de primeras diligencias. Digo supuestamente, porque tampoco está tan claro, y contra la decisión del juez (que no es el titular que había estado llevado el caso, sino un sustituto) habrá recurso. Veremos en qué acaba.

Pero el caso es que la herida ha vuelto a abrirse y se ha palpado de nuevo la indignación. Desde aquí abajo, desde la calle, nadie puede entender lo de la prescripción de delitos. Menos aún, de los delitos monetarios o relacionados con la corrupción. La sensación de que hay demasiadas leyes hechas para proteger a los legisladores deshonestos o a sus amiguetes de pandilla es poderosa. Más aún si se ventila algo que hizo un daño enorme a la sociedad en su conjunto, como es la ruina y posterior expolio de lo que era nuestra querida y muy eficaz banca pública. Porque esa es la madre del cordero. Nos duele lo de las cajas porque era algo que se había hecho desde abajo, desde los municipios o diputaciones, poco a poco, a imagen y semejanza de los mejores países europeos. Teníamos instituciones propias, de confianza, donde depositar nuestro dinero, que nos atendían con amabilidad y cuyo fin no era conseguir beneficios. De hecho, cuando los conseguían, volvía a repartirlos mediante su añorada Obra Social y Cultural. El conjunto de las cajas de ahorro, cooperativas de crédito y banca pública, llegó a superar en depósitos y capital administrado a la banca privada. Y ésta se asustó. Y yo recuerdo haber alertado, desde alguna columna en este mismo diario, que las cajas peligraban -mucho antes de que peligraran- porque estorbaban a los bancos privados y éstos estaban conjurándose para tratar de eliminarlas. Lo consiguieron, sin mancharse las manos: son profesionales. Usaron a los políticos de medio pelo que votamos en los ámbitos locales y autonómicos.

Al contrario que la mayoría, siempre he sostenido que no fueron los políticos los que se cargaron las cajas. Los políticos, otros anteriores, fueron los que las crearon. Los de la última fase fueron solo los tontos útiles de los bancos privados. Yo me creo lo que alegan en su defensa cuando son acusados; eso de que no se enteraban de nada aunque estuvieran en los Consejos de Administración. Lo cual no los exculpa, sino todo lo contrario: es un agravante, ¿pues qué hacían ahí, si no sabían nada? Pero las cajas se las cargaron, en sentido estricto, los expertos financieros que la banca privada cedía "generosamente" para administrarlas y que ocupaban las direcciones generales y puestos clave de cada entidad. Los políticos que ostentaban presidencias y se apoltronaban en sus consejos de administración se limitaban a asentir a lo que esos expertos les decían o a firmar los incomprensibles papeles que les ponían delante. Los muy imbéciles dejaron que se cargaran nuestro mejor y mas sano instrumento financiero, a cambio de suculentas dietas, cajas de bombones, viajes de placer y obsequios semejantes o peores.

Pero pueden dormir tranquilos. Ellos, no nosotros. Lo más probable es que todo esté prescrito. Ya se encargan los colegas "listos", los políticos estatales, de hacer o reformar leyes autoprotectoras. Nosotros, mientras tanto, sin nuestra pequeña y espléndida Caja, ¿recuerdan? Aquella que nos atendía con amabilidad, en todos los barrios y comarcas. Los bancos privados se quedaron con todo, pero se niegan a atendernos. No paran de cerrar oficinas y despedir empleados. Ahora que no tienen competencia, ni disimulan. Si necesitas algo, vete al cajero automático o arréglatelas con Internet. Pero no molestes. Ese desprecio bancario infecta la herida de las cajas e impide que cicatrice. Digan lo que digan jueces, leyes y politicastros.

(*) Periodista, escritor y Secretario de Organización de Podemos Castilla y Le ón