Antes, los agricultores miraban al cielo; ahora miran el móvil. Caminas por el pueblo, te encuentras con algunos de los pocos que van quedando y todos, hala, agarrados al cacharro moviendo la cabeza y chasqueando la lengua entre el lamento, la pesadumbre y la resignación (o sea, como antaño cuando sus abuelos levantaban la cabeza y clavaban los ojos arriba; en eso no ha cambiado mucho la cosa).

-Nada, este bicho sigue sin dar agua aquí.

-Pues el mío sí anuncia una borrasca y parece que viene fuerte.

-¿Para cuándo?

-Para dentro de una semana más o menos.

-Puf, para entonces, como decían los viejos, ya se habrá ido en aire.

Y continúan enfrascados en el móvil, como si desde allí les fuera a llegar la redención, el fin de las calamidades, el paraíso. Y contrastan lo que dice el de cada cual porque no todos están apuntados a la misma agencia pronosticadora.

-Esa tuya falla mucho, no acierta ni una.

-Pues la tuya no digamos; lleva dando agua medio mes y no ha caído ni una gota.

Estas anécdotas son simplemente un episodio más, y llamativo, de cómo se han introducido los móviles en nuestras vidas hasta invadirnos. El reciente evento de Barcelona lo ha vuelto a demostrar. Una vez superado informativamente el grosero desplante de la alcaldesa y el presidente del Parlamento catalán a Felipe VI, las noticias procedentes del famoso Mobile World Congress han ido por los avances tecnológicos y el futuro que nos espera en ese terreno. He procurado leer todo lo que caía en mis manos. He entendido menos de la mitad, y exagero. Me pueden engañar a tope colocándome un "telefonino", (como dicen cariñosa y gráficamente los italianos) que haga churros por la mañana, un cocido a mediodía y croquetas por la noche. Solo falta que el creador-vendedor ponga unas cuantas palabras raras en inglés y alabe hasta el paroxismo, con frases para mí ininteligibles, las virtudes del cacharro. O sea, que me lo creo todo. No pongo ningún reparo, entre otras cosas porque no sé ponerlos, porque ando más perdido que un vegetariano entre solomillos y chuletones.

Sin embargo, esas lecturas de los prodigios de Barcelona (los del móvil, no los otros) me han traído tanta inquietud como admiración y me han hecho preguntarme, igual que a los que se quedaban hace décadas extasiados ante los "adelantos": "¿hasta dónde vamos a llegar?, ¿y esto será para bien o tendrá malas consecuencias?". Y, la verdad, no sé qué contestar ni qué contestarme. Todo avance tecnológico, y más del alcance de estos, es algo que nos facilita y mejora la vida, pero?¿nos la facilita o nos la absorbe?, ¿nos la mejora o nos tiraniza?, ¿nos abre caminos insospechados o nos cierra el contacto directo con otras personas e ,incluso, con nosotros mismos?, ¿nos comunica o nos incomunica?, ¿nos hace más cultos, preparados y capacitados para cualquier desafío o reduce nuestra posibilidad de respuesta a deslizar los dedos por una pantalla y esperar que de allí vengan las soluciones?

No faltará quién, ante estas interrogantes, diga que depende del uso que se dé a los chismes y que allá cada cual. Tienen razón, pero los precedentes no invitan al optimismo. Cada vez somos más manejables, menos críticos, más, con perdón, borregos. Por eso es fácil presagiar que, a mayores avances, más manipulación.

-Es así porque lo he leído en Internet.

- Pero Internet también puede equivocarse, también contiene errores y falsedades.

-De eso nada, Internet es Internet y ahí está todo.

Internet, así en genérico, la nueva Biblia. Y vienen más. En Barcelona se habló sin cesar del 5G, que ya llaman el "Internet de las cosas". Al parecer será el no va más, lo nunca visto. Llegará en el 2020 cuando, según los expertos, habrá en el mundo 50.000 millones de aparatos inteligentes. Y uno vuelve a perderse en el dédalo de cifras, prestaciones, posibilidades venideras, elucubraciones..¿Y hasta el 2020 no habrán inventado otra cosa más revolucionaria, el "internet de los microbios, por ejemplo? Lo digo porque uno de los grandes logros actuales, el 4G, tiene solo cuatro años de vida, o sea que se va a hacer viejo antes de la Primera Comunión. Pero estemos en la fase que estemos, todo apunta a que seguiremos atrapados por el móvil y sus adláteres, sean como fueren. Y seguramente ya no sepamos distinguir lo real de lo virtual, lo verdadero de lo falso y lo existente de lo que nos cuenten por el éter.

¿Y pensar? Quizás la palabra, y el concepto, ya no estén en el diccionario, ya sean una reliquia del ayer, como el "telefonino" Nokia que llevo en el bolsillo.