Hay algo que no estamos haciendo bien con nuestros mayores. Confieso abiertamente que no soy partidaria de aparcarlos en una residencia de ancianos en tanto en cuanto los Servicios Sociales no estén más atentos y preocupados por su devenir. Los Servicios Sociales tienen una gran responsabilidad que no valoran en su justa medida. No se pueden abrir residencias a todo meter sin las debidas garantías y algunas, sin ánimo de generalizar, no pasarían ni la prueba del algodón, ni la de la profesionalidad ni cualquier prueba al uso. Los Servicios Sociales tienen que ser más puntillosos en esta materia y no pasar ni una a esas empresas, eso son las residencia de ancianos, empresas que se lucran de la enfermedad, de la soledad o de la necesidad de ancianos y familiares.

Se habla de cifras apabullantes sobre maltrato a los ancianos y poco se dice de la desatención que reciben determinados establecimientos. Y vuelvo a repetir que no generalizo, hay residencias ejemplares y hay residencias que se deberían cerrar de inmediato. Lo más doloroso es que la autoridad competente lo sabe pero calla no sé si interesada o cobardemente. Las trabajadoras sociales (son en su mayoría mujeres) tienen un papel decisivo pero nunca pueden convertirse en cómplices del negocio. No pueden recomendar lo que en realidad deben censurar y denunciar. Eso de ir a gusto en la burra no debe regir para con nuestros mayores asilados, sí asilados en establecimientos que dejan mucho que desear.

Estas reflexiones vienen a cuenta por una pasada experiencia familiar y por lo acaecido no ha mucho en una residencia zaragozana y que a buen seguro todos hemos visto gracias a las imágenes grabadas por unas cámaras de seguridad que se han emitido íntegramente en la mayoría de telediarios. Lamento que no hayan constituido un aldabonazo a las conciencias. Lamento que no se haya montado el cirio que debió montarse. En mitad de la noche una mujer octogenaria, habitante de una residencia, se levanta y sufre una fatal caída en la que se rompe el fémur. Pide auxilio en medio de dolores terribles, acude una cuidadora que la ve tirada en el suelo, con un vaporoso camisón por toda vestimenta y decide ignorarla, no le presta ayuda y la deja tirada, apagando incluso la luz. Así estuvo la pobre señora durante dos horas hasta que llegaron los trabajadores del turno de mañana. La anciana, de 87 años, mostraba también un cuadro de hipotermia.

El fiscal ha pedido tres años de prisión para la cuidadora canalla. Tres años me parecen pocos. Tienen que inhabilitarla para toda la vida.