Uno de los soportes monumentales en que se apoya la historia de la ciudad de Zamora es el lugar que sirvió de mansión a la que fue reina de Zamora: el Palacio de Doña Urraca. Lo describen Novoa y Quirós diciendo que tenía trescientos pies de frente, con dos torres hacia el centro de cien pies de altura y veinticinco de diámetro cada una. Entre ambas torres estaba la entrada con puerta de rastrillo, cuya arquitectura denotaba ser obra de mediados del siglo XI. El hallazgo en Zamora de una antiquísima pintura justifica la información de estos escritores, ofreciendo la vista del palacio con las torres que tienen elegantísimo remate bizantino.

Otro escritor, Noguerol, añadía que en una de las torres estaban las armas de Doña Urraca, con la siguiente leyenda: "Señala aqueste blasón/ el fiero animal saltando/ Armas e insignias que son/ de Doña Urraca Fernando/ hija del Rey de León/ De aquesta noble señora/ fue nuestra fuerte Zamora/ fundada en la dura peña/ guando la antigua seña/ llamada la vencedora".

Uno de los edificios que con mayor interés visitó el rey Felipe III cuando estuvo en Zamora, en 1602, fue este Palacio. Pertenecía entonces al mayorazgo de don Alonso Guerra de Losada, caballero de Calatrava, por compra que hizo a la ciudad. Se destinó en 1736 para cuartel de inválidos después de hacerle las reparaciones necesarias, y a fines del siglo XIX todavía tenía algunas piezas habitables, en una de las cuales se conservaba el zócalo de azulejos y una antiquísima litera o silla de extraña forma, conocida como el "coche de Doña Urraca". Hace varias décadas, el Ayuntamiento de Zamora llevó a cabo obras de rehabilitación para albergar allí dependencias municipales.

En realidad, del que fue Palacio de Doña Urraca, subsiste la "Puerta de Zambranos de la Reina". Entre los cubos de la puerta había un hueco al que se dice asomaba Doña Urraca durante las operaciones del Cerco, y desde donde la leyenda le atribuye el enfrentamiento al Cid con aquellos versos: "Afuera, afuera Rodrigo, el soberbio castellano ...".

Dicen las crónicas que cuando el rey don Alfonso VI dio comienzo a su reinado, mandó llamar a su hermana Doña Urraca Fernández, porque ella poseía buen entendimiento, todo lo que el rey había de hace u ordenar lo hacía con consejo de ella. El reino marchaba tan bien, que nadie tomaba armas contra otro.

El padre Risco, describiendo un Crucifijo de marfil y oro, pone: "Dádiva de la infanta Doña Urraca, hija de los reyes don Fernando y doña Sancha, famosa por su incomparable juicio y por el don de gobierno y otras grandes virtudes que la hicieron muy amada y respetable en el reino de León, cuya felicidad se debió en gran parte a la prudencia de esta señora".

El P. Enrique Flórez, refiriéndose al rey Alfonso VI, decía: "Al punto declaró Reina a su hermana Doña Urraca, como a quien debía todo cuanto tenía; y conociendo por tan repetidas experiencias, no solo el amor y fidelidad, sino las incomparables prendas de su juicio, consejo y prudencia, gobernaba por su acuerdo los Estados con tal felicidad, que nunca pudo ser más envidiable el Reino. La serenísima reina juntó con el gran don de gobierno una profunda sabiduría del desprecio del mundo. Nunca quiso casarse, y sin traje de religiosa, supo vivir desposada con Cristo". Reedificó y dotó magníficamente el Monasterio de Eslanza, junto a León, en el año 1099, y antes, uniéndose con doña Elvira, sacó de los montes la iglesia de Oca y la trasladó al Gamonal de Burgos, dotándola con posesiones heredadas de sus padres. Falleció después de haber asistido al entierro de su hermano don García, con la hermana doña Elvira, y los tres fueron enterrados en León con sus padres. Los anales toledanos consignan que Doña Urraca murió en el año 1101 dándole tratamiento de reina.