S alvar a decenas de niños de morir ahogados en el Mediterráneo puede acabar llevándote a la cárcel. Al menos es el mensaje que quiere transmitir la justicia griega al procesar por tráfico ilegal de personas a tres bomberos sevillanos y otros activistas de distintos países que actuaban como voluntarios de la ONG Proem-AID en el rescate marítimo de refugiados. Los encausados serán juzgados el próximo 7 de mayo por haber ofrecido dignidad y auxilio a otros seres humanos en medio de una desesperación con sabor a salitre. A ver qué se les había perdido a ellos en Lesbos, en vez de quedarse en casa viendo Masterchef.

La pasividad y la desidia frente al drama de los refugiados ha provocado la creación de un juego perverso en el que nadie gana jamás. Los activistas se ven primero abocados a realizar las tareas que deberían emprender los poderes públicos del viejo continente y, a continuación, son perseguidos y criminalizados por librar del naufragio y la hipotermia a víctimas de la barbarie. Por meter su mano en el agua helada y sacar de allí a un cuerpo que todavía respira. Mientras, la Unión Europea sigue con su baile de máscaras, atrapada en callejones de burocracia, comisiones interminables y tibiezas varias. La nada más absoluta disfrazada de formulario E-45 y abrigo gris de paño.

El caso de estos bomberos no es el único, pues, al parecer, salvar vidas constituye un crimen mucho más horripilante de lo que podríamos llegar a suponer. La periodista y activista de Caminando Fronteras, Helena Maleno, está siendo juzgada en Marruecos por ayudar a los migrantes que tratan de cruzar el Estrecho. Desde hace años, cada vez que tiene conocimiento de que una patera ha quedado a la deriva, alerta a los servicios de rescate para que socorran a la embarcación y evita así un desenlace fatal para sus ocupantes. Esta perseverancia en echarle pulsos a la muerte puede valerle ahora, en el peor de los casos, una cadena perpetua.

Por cierto, el juicio al que se enfrenta en territorio marroquí parte de una investigación de 2012 efectuada por la Policía Nacional española, en concreto por la Unidad Central de Redes de Inmigración Ilegal y Falsedades Documentales (UCRIF). En su momento Maleno ya tuvo que declarar ante los tribunales de nuestro país, pero la causa fue archivada por la Audiencia Nacional. Sin embargo, en la UCRIF no se quedaron muy contentos con el asunto y decidieron enviar el dossier a las autoridades de Tánger donde ahora se arriesga a pasar el resto de su vida entre rejas.

Negar el auxilio supone traicionar a los más vulnerables entre los vulnerables, dejarles tirados en la cuneta de su propia existencia. Una burla a esos Derechos Humanos con los que tanto nos llenamos la boca al hablar de democracia y libertades. Es imposible imaginar una quinta parte del sufrimiento de quienes se lanzan al mar en una balsa birriosa esperando encontrar un futuro mínimamente menos terrible que su presente. Se intuye al menos un infierno cotidiano de pánico y tragedia. Un dolor anónimo que se derrama a través de los días, que se acumula en meses y meses de padecimiento. Según estamos viendo, tratar de aliviar ese suplicio tiene castigo. Como dice Kurtz al final de El Corazón de las tinieblas, "el horror, el horror".