Un año más, el pasado miércoles empezábamos los católicos, en comunidad, el tiempo de Cuaresma. Igual que Jesús fue empujado por el Espíritu Santo al desierto, también nosotros nos adentramos en unos días fuertes, especiales, en los que la austeridad en los signos nos ayuda a centrarnos en lo esencial. Es lo que pasa en el desierto. Por eso no hay flores en la iglesia, ni cantamos Aleluya, ni se reza el Gloria en la Misa... Por eso empezábamos el otro día con un signo tan sencillo y pobre: ceniza sobre nuestras cabezas.

La Cuaresma viene a recordarnos que es posible vivir de otra manera. Es posible... ¡y necesario! Porque nuestra vida entera es una lucha contra el mal. Porque el pecado nos va matando poco a poco. Por eso necesitamos cambiar, por eso necesitamos la conversión. ¿Por qué? ¿Por miedo a que Dios nos pueda castigar? No, nada de eso. Dios es Padre, y ha hecho una alianza con la humanidad desde muy pronto, como muestra la primera lectura de la Misa de hoy: el arco iris fue signo para Noé y para todos nosotros de que el diluvio no volvería a repetirse.

Entonces, Dios se ha comprometido a querernos, a perdonarnos, a cuidarnos. Pero... ¿y nosotros? ¿Adónde va nuestra vida? El mal que hay en el mundo -y que nace de nuestros corazones- acaba por destruirnos. Necesitamos cambiar... ¡y podemos cambiar! Jesús nos lo ha demostrado. En el evangelio de hoy, tan breve, escuchamos cómo fue el inicio de su vida pública: lo primero que hizo fue ir al desierto. Allí fue "tentado por Satanás, vivía con las fieras y los ángeles lo servían". Vemos así que Cristo pasó por lo que pasamos nosotros: las preocupaciones y problemas de la vida, incluyendo las tentaciones del demonio para que no hagamos caso a Dios, y la ayuda del mismo Dios a través de sus ángeles.

Y después de pasar por lo que pasamos nosotros, Jesús empezó a anunciar el evangelio: "Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios". Ésta es la buena noticia que nos trae Jesús en la Cuaresma: las cosas van a cambiar, Dios va a reinar, Dios nos quiere salvar. Es posible ser felices. Es posible vivir para siempre. ¿Y qué hay que hacer para ello? El mensaje es claro: "Convertíos y creed en el Evangelio". Es lo que se nos decía el miércoles al recibir la ceniza. Convertirnos es volver a Dios. ¡Estamos a tiempo! La ternura y la misericordia de Dios son eternas, como recuerda el salmo responsorial. Aprovechémoslas. Dios está lleno de amor. Abramos nuestra vida para recibirlo. Nos ayudarán, en estos cuarenta días, las medicinas de la Iglesia: la limosna, el ayuno y la oración.