Es fácil imaginar la cara que ponen millones de españoles afectados por duros problemas diarios cuando se enteran de que sus representantes (diputados, senadores, parlamentarios autonómicos, alcaldes, concejales) andan a la greña por unas declaraciones, unas encuestas o unas tácticas electorales. Llevo un tiempo sin salir de mi asombro, que se traduce rápidamente en desconcierto y en cabreo. Uno mira alrededor, escucha y comprueba que la gente habla de sus dificultades para llegar a final de mes, de la merma de sus pensiones, del paro de sus hijos o nietos, del empleo precario y mal pagado que se extiende por doquier, de cómo les afectan los recortes de todo tipo, o sea el personal habla de las vicisitudes de su día a día, de sus aspiraciones, de ese ir tirando que se ha convertido en el único motor de nuestras vidas.

Pues bien, uno asiste (o participa) en estas conversaciones y, en su ingenuidad, cree que será también de lo que platiquen sus señorías en el Parlamento, de lo que origine debates, discusiones y propuestas, del núcleo sobre el que girará la Política en búsqueda de soluciones y mejoras para la ciudadanía, de la preocupación constante de quienes han sido elegidos para representar a las gentes y para intentar un mejor porvenir. ¡Que si quieres arroz, Catalina! Resulta que sus señorías, y los partidos que les cobijan y sostienen, andan metidas en otros menesteres, a lo que se ve más interesantes, vitales y productivos?para ellos.

Pasemos ya por alto, aunque sea complicado dado el grado de tontería del asunto, lo de las "portavozas" y centrémonos, por ejemplo, en esa guerra descarnada y absurda que han iniciado PP y Ciudadanos (yo más bien creo que empezaron los populares) en un momento en el que tendrían que unir fuerzas (o, al menos, intentarlo) en temas tan trascendentes como Cataluña, los presupuestos, la reforma de la Constitución, la garantía de las pensiones, el papel de España en Europa y en el mundo, etcétera, etc.

Nada de eso, sino todo lo contrario. Apenas se habla de esos grandes y graves problemas. Increíblemente, las broncas se centran en pequeñas diferencias, en roces, en acusaciones de incumplimiento de pactos? Basta que un viceportavoz de no sé qué comisión o uno que pasaba por allí haga unas declaraciones un poco salidas de tono o simplemente críticas para que se desate un aluvión de respuestas, réplicas, contrarréplicas, matizaciones, pullas, dardos?Y así nos pasamos el día oyendo a Rivera contestar a Hernando y a Maíllo sacudirle a Arrimadas o a Girauta y, ya bajando la escala, al líder de Ciudadanos de aquí atacar a tal o cual consejero y, acto seguido, a un portavoz del PP criticar una postura concreta (o ambigua) del partido naranja, y?sigan ustedes la cadena hasta que se les parezca conveniente o se aburran. Y no pierdan de vista, claro, que las hostilidades han arreciado cuando se han conocido los datos de varias encuestas que dan a Ciudadanos ventaja sobre el PP y, por tanto, le convertirían en el primer partido de la derecha o centro-derecha.

¿Y eso es lo que trae de cabeza a los españolitos de a pie?, ¿eso lo que les hace temer o inquietarse por su futuro y el de sus familias?, ¿eso lo que condiciona su vida? No es difícil adivinar la respuesta. Especialmente, si cuando se mira al otro lado, a la izquierda, se ve lo mismo. Se dedican más líneas y más horas de emisión a los choques Podemos-PSOE o a los problemas internos de ambas formaciones que a analizar sus ¿propuestas? sobre el día a día de los ciudadanos. ¿De verdad importa más el reglamento interno de los socialistas que las mermas sanitarias, educativas o de la dependencia?, ¿tendrá algún reflejo positivo en la existencia cotidiana de las gentes si Pedro Sánchez gana poder ante los barones regionales o lo pierde?, ¿influirá en nuestro devenir si Susana Díaz acude o no a determinado Comité del PSOE?

Trasladen esas preguntas a Podemos y hallarán contestaciones similares. Que si cede terreno Pablo Iglesias, que si crece la oposición de los anticapitalistas, que si ha desaparecido Errejón?¿Se habla de eso en la calle, en los bares, en las reuniones familiares?, ¿no habremos perdido el oremus y confundiremos, ¿hasta cuándo?, lo importante con lo secundario y lo vital con lo anecdótico?, ¿hemos elegido como representante a quienes luchan por nuestros problemas o a los que solo se mueven por los suyos y por intereses que no siempre coinciden con los del común?

Cómo estará el asunto que, el pasado lunes, Juan Vicente Herrera pidió, casi suplicó, "a los políticos de Madrid" que se pongan" de acuerdo". Fíjense en el detalle: "a los de Madrid", donde mandan los suyos, pero no acaban de rematar. Y en el ruego: "acuerdo". Mejor no sacar demasiadas conclusiones.