Nuestros pueblos están tan en las últimas que suena a pecado mortal rechazar u oponerse a cualquier inversión que pueda llegar a ellos. Si no hay alternativa, qué más da la mayor o menor calidad de lo que nos llegue. No estamos en condiciones de elegir. Amén a todo lo que venga y pueda traer algo de riqueza, dinamismo, puestos de trabajo, vida y futuro. Es una actitud bastante generalizada y muy comprensible. La desesperación o desesperanza es demasiado alta y con razón. La sensación de que esto, los pueblos, la provincia en general, se nos apaga es poderosa y lo cantan, día tras día, los datos demográficos y de actividad económica. Colectivamente hablando, nos hemos quedado sin función; nada de lo que hacíamos es imprescindible; nosotros mismos nos sentimos cada vez más prescindibles, arrinconados y sin horizontes con los que soñar. Todo lo cual, bien mezclado, batido y macerado con tiempo, proporciona el caldo de cultivo ideal para que los que cortan el bacalao nos instalen lo que les salga de la perola o de la cartera. Mucho ojo.

Porque lo cierto es que en esas andamos. El tema de las macrogranjas es ilustrativo de adónde nos quieren llevar. Deshabitada la provincia, muertos los pueblos, siempre habrá grandes industrias o empresas interesadas en instalarse donde justamente no queda nadie? que pueda protestar. Y ya entenderán que no hablamos de ultramodernas fábricas, como la de Tesla, o de flamantes polígonos de industrias punteras. Hablamos de mierda y sus derivados, si me permiten la expresión, no más cruda que la realidad. Como digo, no faltan quienes defienden, de buena fe, la llegada de las macrogranjas que ya están instalándose o intentándolo en algunos de nuestros pueblos.

-Menos es nada.

-De algo hay que vivir.

-Cualquier cosa antes que pueblos muertos.

Eso se dicen y nos dicen. Algunos de ellos, además, critican que a quienes se oponen a ese tipo de instalaciones "son todos de ciudad, domingueros de pueblo, que no soportan el olor a estiércol y lo que quieren es prohibir que haya vida de los pueblos". Pues bien, es justo al revés. No es cierto que quienes nos oponemos a ese tipo de instalaciones gigantes, donde se hacinan miles y miles de cerdos, o miles y miles de vacas, lo que queremos son pueblos "bonitos", de postal y sin olores, al gusto de los urbanitas de fin de semana. Lo que tratamos de evitar es justo lo que puede rematar lo poco de vida que va quedando en la provincia, gracias a la lucidez de todos esos gobernantes que no dejamos de votar hagan lo que hagan. Claro que tiene que haber ganado en los pueblos, claro que tiene que haber granjas, cuadras y pocilgas. Cuantas más mejor. Claro que los pueblos tienen que seguir oliendo a vida, y no solo humana. Tomándole las palabras prestadas a Querubín, un agricultor zamorano de Tierra de Campos:

-Si un pueblo no huele a mierda, es que no hay pueblo.

Pero Querubín, como yo, como tantas buenas gentes de nuestros comarcas, sabe que la clave está en la cantidad. Y que no es lo mismo lo que genera -en purines, en deshechos, en necesidades de agua y comida- una pequeña explotación familiar o una granja de tamaño medio, que las macrogranjas de las que hablamos, que por algo se llaman así. Son industrias insostenibles medioambientalmente y fatales para la supervivencia de las explotaciones familiares que quedan. Nadie está pidiendo que éstas dejen de existir. Lo que queremos es garantizar que puedan seguir existiendo. Lo que defendemos es que en una comarca no haya una sola macroindustria que se lleve todo el negocio, concentrando además en un solo punto todo el daño ambiental; sino que convivan cien, mil o diez mil familias, con sus pequeñas o medianas explotaciones, dándonos de comer a todos y salvaguardando de paso nuestro imprescindible mundo rural.

Viva la mierda, pues, si eso indica que nuestros pueblos viven y bullen de actividad. Pero mucho cuidado con la que nos puede acabar de matar, que es la que está llegando. En estos asuntos, ni un paso atrás, paisanos y paisanas: el territorio y cuanto contiene es lo único que nos queda, es nuestra herencia y la herencia que estamos obligados a dejar.

(*) Escritor, periodista y Secretario de Organización de Podemos CyL