Supongo que todos los años por estas fechas son muchos los espectadores de la entrega de los Goya por televisión que juran por sus muertos que es la última vez y que jamás volverán a presenciar un bodrio semejante, un espectáculo bochornoso, de vergüenza ajena en cada ocasión. Pero, claro, la afición por el cine, o la pasión, es la que manda y se tropieza en la misma piedra, con alguna esperanza tibia de que las cosas puedan mejorar, aunque se sabe que dados los planteamientos de esta mal llamada fiesta de la cinematografía española, meramente políticos en el fondo, politizados por la progresía izquierdista en la forma, no solo nunca mejora sino que se va a peor.

La ceremonia fue lo mismo de cutre que hace ya muchos años, sin remisión, queriendo imitar la entrega de los Oscar de Hollywood, pero con un mundo de diferencia por medio. La supuesta modernidad de la gala no disimula su caspa ni su ideologización. Fue el mismo tostón de siempre, sin gracia ninguna ni glamour alguno, con una transmisión caída y carente de ritmo. Los presentadores hicieron recordar a los anteriores, y con ello queda dicho todo. No se puede ser peor, o sí, pero en cualquier caso ellos mismos parecía que se sentían desplazados en ocasiones. Lo demás, todo, el rollo habitual y discurriendo por los cauces trillados y mas que previsibles. Durante tres horas largas.

Y eso que parece que la Academia, que es la que organiza el acto, quiso evitar el tono absurdamente reivindicativo y fuera de lugar en el que sus protagonista llevan tiempo cómodamente instalados. Lo dijo un actor, que allí había que ir a hablar de cine, de sus problemas y soluciones, de su presente y su futuro, y que aquel no era marco para otras cuestiones. La industria cinematográfica española vive de las subvenciones - 90 millones el año pasado - y ahora, tras antiguas experiencias, saben que tampoco hay que pasarse a la hora de las protestas o de tomar la fiesta por un mitin comunista a base de cada cual haga o diga lo que quiera. Pero aunque mitigadas no faltaron las proclamas feministas y de género, los toques gay, y los gestos solidarios con unos abanicos rojos, que muchos no aceptaron, aunque sí políticos como Sanchez e Iglesias, que el cine español sigue en poder de la izquierda.

Los premios fueron los esperados, sin sorpresas, películas que algunas cuentan con buenas criticas y otras no tanto. No se prevé que sean éxitos de taquilla, sin embargo, porque se va cada día menos al cine, y menos aun al cine español, penoso actualmente en su mayor parte, manipulando maniqueamente y adoctrinando ideológicamente en todas sus vertientes, empezando por los republicanos buenos y los franquistas malos, claro está. Muchas de estas cintas que tan injustamente se subvencionan ni siquiera son estrenadas y su exhibición se limita a las televisiones. Las salas van desapareciendo unas tras otras, la televisión se graba y se contempla si interesa y cuando se pueda o se quiera en los dispositivos habituales, los móviles y las tablets. Debían ser, actrices, actores y demás gente del cine, conscientes de su realidad y no abrir tanto la boca para exigir y protestar.