E l viernes por la tarde, esporádico ritual, pagué por unas apuestas de lotería aún sabiendo que es menos que ínfima la probabilidad de que una de las veces me toque un premio importante.

De allí acudí al "Lupa" a comprar unas cuantas cosas. Al pasar por la caja, la pequeña pantalla a mi vista y la voz de la amable cajera a mi oído cantaron 12,80, doce ochenta. Entre todas las cantidades de cuatro dígitos posibles, dos enteros y dos decimales, precisamente ésa. Sorprendidos, la chica y yo nos quedamos inmóviles apenas un par de segundos, tiempo corto pero suficiente para que ambos fuéramos conscientes de que algo "extraño" había ocurrido.

- Doce ochenta, repetí en voz alta.

- ¿No es esa la misma cantidad que ha pagado la anterior clienta? Inquirí lentamente.

- También a mí me ha sorprendido, me he quedado parada por un momento, porque me ha chocado, no sé si era la misma, pero si no, era algo muy parecido, me contestó.

¿Qué probabilidad existe de que algo así te ocurra una vez en la vida?, salí pensando. De que entre todos los miles de productos y precios, dos personas que se alinean una tras la otra, en una de las dos filas operativas, hayan elegido las referencias exactas como para que el sumatorio de ambas sea el mismo hasta el nivel del céntimo.

Pensé inmediatamente cómo cuantificar la probabilidad de que un accidente ocurra, de que un vehículo se encuentre con otro en el punto único y el instante exacto en que puede producirse una colisión de ambos. De que un automóvil se interpone en la trayectoria de una moto justo en el segundo en que no hay capacidad de reacción para evitar el impacto. O de que una célula tan sana como todas las que la rodean mute de repente e irreversiblemente a cancerígena o una vena del cerebro rompa o colapse.

¿Cómo la probabilidad rige la vida? ¿Caos u orden? Los cálculos más complejos en mecánica cuántica se basan no en la certeza de que un suceso haya de producirse sino en la probabilidad de que un electrón esté en un punto y no en otro, en un instante preciso de su veloz y permanente movimiento en el núcleo del átomo. Espacio-tiempo.

La intrigada trabajadora del supermercado comprobó -antes de que yo me marchara y mientras bromeaba con el siguiente cliente- en la copia del anterior ticket de caja lo que sabíamos ya, se repetía la improbable cifra de doce con ochenta. El resguardo de la lotería terminó, sin embargo, en la papelera.

Solo un espermatozoide entre millones logra llegar al óvulo y fecundarlo para crear una nueva vida única y distinta a todas las que ha habido, a las que habrá y a las que nunca serán. Millones de circunstancias la irán después moldeando. En la vida y en la muerte, probablemente sea cierto que somos mera probabilidad, pero es tan frío y poco poético pensarlo así. A Óscar Sastre, "in memoriam".

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