No sé si te habrás dado cuenta. La propiedad privada es un concepto relativo, que cambia sus significado según convenga a los que mandan. Los que mandan, ojo, son los grandes poderes económicos. No confundir con esos pardillos a su servicio que suelen ser los gobernantes y los dirigentes de lo partidos de la banda derecha. Siempre nos han dicho que la propiedad privada es "sagrada", que eso no se toca, que se hunde el mundo si la ponemos en cuestión. Pero se ve a que le pasa como a las iglesias, que también son sagradas? hasta que las "desacralizan" y ya pueden usarse como centros de arte o almacenes o bares de postín. En realidad, la única propiedad "sagrada" es la de los poderosos. Mira, si no, la que montan cada vez que se insinúa un nuevo impuesto a la banca o sobre las grandes fortunas.

-¡Vade retro, Satanás! -gritan de inmediato las altas voces autorizadas-. ¡Hay que respetar la propiedad privada, piedra angular sobre la que se asienta el universo!

En cambio, la propiedad privada de los de abajo, la de la inmensa de nosotros, se profana a la menor, en cuanto conviene a los intereses de la aristocracia económica. Tu puedes tener un terreno espléndido, en una ubicación envidiable y por el que has pagado un buen dinero. Pero como alguien diseñe un vía férrea o una carretera que pase por ahí, se acabó tu propiedad privada: expropiación forzosa al precio que quieran y a correr. No digamos como se descubra que en tu terreno, cavando un poco, hay algo de valor:

-Eso no es tuyo -te dirán de inmediato-; eso es de todos.

Y en nombre de todos se lo quedará alguna empresa encargada de su explotación. También sucede a la inversa. Lo que nosotros pensábamos que era de todos, cuando conviene a los de arriba se convierte en privado. El agua que corre por nuestros arroyos y ríos siempre pensamos que era común, al servicio de cuantos pasaran y quisieran servirse. Hasta que inventaron los pantanos. Hasta que canalizaron el agua en los domicilios. Nos parecía obvio que al menos del aire y del sol nadie nos podría desposeer. Y como saben inventaron un impuesto al sol por si se nos ocurría aprovechar su energía sin permiso; mientras los molinos de viento, que transforman el aire en energía, no son precisamente, como en tiempos de Don Quijote, pequeñas explotaciones de modestos molineros. Nacimos creyendo que las calles eran de todos, pero ahí esta la ORA demostrando lo contrario.

De hecho, la propiedad privada cotiza a la baja. Y no porque estemos ganando los defensores de lo común o de repartir mejor la riqueza entre la sociedad. Que va. Todo lo contrario. Es porque están ganando por goleada los individualistas de ideología ultraliberal, para quienes la propiedad privada solo se concibe en términos de acumulación de riqueza en pocas manos. Para ellos (y lo tienen teorizado e incluso escrito en libros), carece de sentido económico que los de abajo tengamos propiedades. Para que éstas sean rentables, tal y como lo entiende su teoría económica, han de ser muy grandes, gigantescas y tendiendo al monopolio. Y de ahí, por ejemplo, que apenas subsistan pequeñas tiendas de alimentación en las ciudades, arrasadas por las grandes superficies. O ahora el fenómeno de las macrogranjas, con el que darán la puntilla a nuestros "improductivos" pueblos si los dejamos. Una granja familiar, una pequeña explotación al modo clásico, que sirve para poco más que para mantener con dignidad a una familia, carece de sentido para esta mentalidad. Lo rentable es expulsar a esa familia del pueblo y de la actividad e instalar en la zona una macrogranja industrial que logre una producción equivalente a cien o mil o cien mil pequeñas explotaciones familiares. ¿Qué más da que eso implique despoblación, miles de familias condenadas a sobrevivir sin medios, acuíferos envenenados y una producción de dudosa calidad alimentaria? Importa el beneficio. O como diría el profeta Rato, sonriendo con chulería: "Es el mercado, amigos".

Y por ahí continuarán las cosas, cada vez peor, cada vez a más, con un Zamora progresivamente desposeída, hasta que nos de por despertar y echemos a patadas a ese banco de pirañas neoliberales que están acabando con todo lo que hay. Basta y sobra con no volver a votar a los partidos que defienden el maravilloso sistema económico existente.

(*) Escritor, periodista y secretario de Organización de Podemos CyL