Amedia mañana del martes 30, el día fijado por el Parlament de Cataluña para la investidura del fantasma de Bruselas, o sea Puigdemont, el mentecato que pretendía tomar posesión de la Generalitat desde Bélgica y por medios telemáticos, desechado todo ello por el Tribunal Constitucional, quedó aplazada sin fecha la sesión, y así lo anunció Torrent, presidente de la institución parlamentaria de aquella región española. Pero manteniendo al prófugo como candidato. Sí pero no.

El suspiro de alivio del Gobierno debió escucharse desde todas las partes del país, pues había miedo de que lo mismo que ya Puigdemont se fugó una vez, pudiera haber hecho el camino de regreso y haberse presentado en el Parlament, donde no podía ser detenido, y haber conseguido la investidura aunque a continuación fuese a la cárcel. Incluso se hablaba de la posibilidad de que se presentase bajo un uniforme de los Mossos, las fuerzas del orden catalanas, mayormente independentistas como se pudo comprobar el 1 de octubre pasado. Desde Bruselas, el huido tan pronto decía que se presentaría en Barcelona como todo lo contrario. Pero en el Parlament debían saber que no iba a acudir y Torrent, intentando guardar las formas, complacer a todos y dejar las espadas en alto, optó por la suspensión y el aplazamiento aunque sin renunciar a sus propósitos, que son claros y rotundos.

Habrá que ver como deriva la cuestión, porque las fechas de la investidura ya vencen y porque solo existe la salida legal de nombrar un nuevo candidato a la Generalitat. El Constitucional ha vuelto a pronunciarse poco después que Torrent anunciase su decisión rechazando todas las alegaciones de Puigdemont. No habrá proclamación sino es presencial. Ahora se menciona a Jordi Sánchez, todavía en la cárcel, como alternativa, pero seria otro candidato imposible. Hay que ver lo bajo que se puede llegar a caer, como se demuestra en la antigua Convergencia de la otrora poderosa CiU. Y mientras, los radicales de la CUP y la misma Ezquerra, disconformes, desunidos y no queriendo ceder ni un paso. El reto sigue en pie. Y mas vale no fiarse, porque pese a sus modales modosos, el presidente del Parlament tiene un pasado de fanático activista del separatismo que el cargo no va a borrar de buenas a primeras, lo que hace de él un hombre de dos caras nada fiable, y más falso que un billete de tres euros.

Total, que estamos igual que estábamos y que para ese viaje no se necesitaban alforjas. Rajoy ha conseguido con su timorata intervención un giro de 360 grados, que deja la situación donde solía. Los secesionistas catalanes continúan burlándose del Gobierno, de España y de los españoles. Alguna solución se encontrará de momento, con un presidente alternativo para la Generalitat, aunque Puigdemont siga proclamándose el único candidato legítimo, o repitiendo las elecciones si es preciso. Pero el movimiento independentista va a continuar dando pasos adelante, aunque con mayor cautela. Solo queda confiar, todavía, en que si las cosas se salen de los cauces legales, el Gobierno mantenga al 155 e incluso lo aplique en su totalidad suspendiendo la autonomía de Cataluña. Que ya está bien.