No menos que en las grandes cosas, se percibe lo importante en pequeños detalles. En los aconteceres que de común se consideran trascendentes es donde más se aplica el celo para que el resultado sea el esperado. Sin embargo en lo que se considera más intrascendente es donde mejor se refleja la esencia del actuante. En ocasiones, resulta que en lo grande la intervención de unas u otras personas es plenamente intercambiable, con pequeñas diferencias de matiz. Son, por así decirlo, cuestiones que se sustancian en el ámbito de lo técnico, lo catalogado, lo establecido. En lo pequeño, por el contrario, entra en acción no solo la consciencia de quien actúa, sino lo más profundo de su naturaleza, el elemento inconsciente.

Dentro de lo pequeño para muchos entra la ortografía, entendida poco más que como estética, a la que, además, se le da poca importancia, cuando, sin necesidad de llegar a afirmar como el filósofo Wittgenstein que ética y estética son lo mismo ("son Uno"), es indiscutible que están interrelacionadas. De igual modo, el contenido que queremos expresar por escrito no se manifiesta ni se recibe igual cuando responde a las normas de ese código que es la ortografía que cuando lo vulnera.

Escribe Umberto Eco en el prólogo a su Historia de la Belleza que "parece que ser bello equivale a ser bueno y, de hecho, en distintas épocas históricas se ha establecido un estrecho vínculo entre lo Bello y lo Bueno". En el ámbito de la escritura, la corrección ortográfica, como la gramatical, la sintáctica o la semántica, hacen que lo escrito resulte más bello y más armónico. Más estético.

¿Una antigualla? Puede entenderse así en los tiempos de las redes sociales, de la instantaneidad vaporosa de Internet, en los que lo escrito, escrito queda, pero menos que cuando todo iba impreso sobre papel. Vivimos en la era de la economía en el número de letras y palabras para la transmisión de los mensajes. En la que, incluso para el propio presidente de la primera potencia mundial, y pese a sus miles de asesores, importa más decir algo cada día en menos de doscientos caracteres que el qué es lo que dice o cómo lo dice.

En la cadena americana de cafeterías "Starbucks", cuando pides un café te preguntan tu nombre y el camarero lo rotula sobre el que será tu vaso. En Estados Unidos (lo he comprobado en Madrid en alguna ocasión) tienen fama de escribir sistemáticamente mal los nombres. Eso ha dado lugar a que muchos clientes fotografíen y difundan en sus redes sociales los vasos con la marca y sus "nuevos" nombres. Esto ha hecho que algunos, y no solo humoristas, vean que detrás de ello no existen equivocaciones sino una auténtica estrategia de márketing (nadie enviaría una foto del vaso con su nombre correcto). La cuestión en todo caso consiste en saber si estamos ante algo pasajero, episódico, o un cambio de paradigma en el modo de comunicarnos.

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