Y si el general Balmes era una pieza más del puzzle de la conspiración golpista del 18 de julio de 1936, siendo víctima de un asesinato y no de un accidente casual dos días antes de la sublevación contra la II República? Pese a la estrambótica explicación del disparo que acabó con la vida del curtido africanista -tiro en el vientre al desencasquillar una pistola- en el cuartel de La Isleta de Las Palmas de Gran Canaria, esta pregunta que ponía en cuestión la teoría oficial era insólita, por decir algo suave. Ángel Viñas ha sido el investigador que ha puesto patas arriba la versión rígida: sus trabajos abren la posibilidad de que el alto mando fuese un muerto conveniente para Franco, al ser su providencial fallecimiento el pretexto que le sirvió para viajar desde Tenerife a Gran Canaria y alcanzar el Dragon Rapide rumbo a Marruecos para la rebelión. Y la siguiente pregunta: ¿hubiese triunfado la sublevación sin su muerte?

Viñas acaba de publicar "El primer asesinato de Franco", y reitera que la víctima era más que dudoso, como otros generales que ponían por delante su lealtad. Otra pregunta: ¿hay que exhumar a Balmes? El patólogo Ull Laita demuestra un asesinato por la espalda a partir de los datos de un informe de autopsia (una copia de exposición oral), pero demanda su exhumación dadas "las alteraciones en la transcripción del sedicente informe". Una de las sorpresas viene de 1940, cuando el régimen triunfante abre una causa para establecer, contra lo dicho, que Balmes manipulaba la pistola durante los preparativos del golpe de Estado y que por tanto su viuda merecía la pensión extraordinaria por muerte en acto de servicio. Viñas alumbra ocho testimonios que convierten al general en golpista al entender que las armas las probaba para los falangistas. La resolución de un Balmes proactivo difumina el móvil de un asesinato por oposición al golpe, y fija los hechos ante las especulaciones malintencionadas.