Las tramas de prostitución son como los casos de violencia de género, en lugar de disminuir, crecen. Y eso a pesar de las distintas actuaciones policiales que ponen al descubierto la proliferación de un negocio que se enturbia cuando las mafias hacen acto de presencia y obligan a las mujeres a ejercer el oficio más antiguo del mundo, contra su voluntad. Eso es trata de blancas pura y dura. Antaño y hogaño no hacen otra cosa que abastecer los prostíbulos empleando la misma técnica, las sacan de sus países de origen con promesas e incluso con matrimonios legales y una vez conseguido el objetivo, se las obliga, bajo amenazas, a ejercer la prostitución. Este modus operandi no ha cambiado con el paso de los siglos.

Las tramas funcionan con igual o parecido éxito a lo largo y ancho de la España peninsular y de la insular. Allá donde pueda haber un atisbo de negocio, allí se instalan y operan los proxenetas. Cuantas veces nos enteramos, como ahora, de episodios canallas que incluso resultan inhumanos, salvajes, impropios de sociedades civilizadas. Esta vez el episodio se ha vivido en Lugo. Una joven prostituta de 18 años mantuvo relaciones sexuales casi a diario con el cliente del club de alterne en el que trabajaba. Nunca utilizo preservativo. Quedó embarazada y decidió tener a su bebé. Su decisión chocaba con los intereses del padre, casado y con hijos. Ni corto ni perezoso el tal individuo, con la colaboración de un mal llamado médico y el propietario del club de alterne, obligó a abortar a la chiquita en una clínica clandestina con escasas medidas higiénicas y sin anestesia.

Hace falta ser bestias. Hace falta ser crueles y canallas para exponer a la joven al peligro que supone una situación de tal calibre en condiciones que no conocen ni en los países en vías de desarrollo. El asunto no es nuevo, viene del año 2009 y ha salido ahora a la luz en el marco de la macrocausa judicial contra la prostitución. Los tres implicados serán juzgados por un delito de aborto ilegal bajo coacción. No sé el tiempo que pueden pasar en la cárcel, lo que sí sé es que el juez debería aplicarles el máximo posible. No creo que la chiquita, que entonces contaba 18 años, fuera una prostituta profesional. Deberían investigar qué la llevó a ejercer la prostitución y sobre todo, quiénes la empujaron a ejercerla.

Los prostíbulos oficiales y oficiosos cada vez están más llenos de mujeres jóvenes, excesivamente jóvenes. La perversión de los clientes es cada vez mayor y más audaz. Las prefieren casi una niñas o de aspecto aniñado y no reparan, tanto los mercaderes del sexo como los clientes, en conseguir un 'género' que se vende solo al que destrozan a la primera de cambio. Robar la infancia y robar la juventud a una chica o a un chico debería estar castigado con una pena dura, tan dura que hiciera desistir a unos, los que trafican con las mujeres, y a otros los que pagan por el placer.