Aún no se han repuesto del susto. Se desplazaban en coche, desde el Aeropuerto de Barajas hacia Madrid, dejando atrás un pesado vuelo de 14 horas. Cerca de Valdebebas, camino de la capital de España, se les presentó un atasco de padre y muy señor mío que hizo que permanecieran parados a lo largo y a lo ancho de la autovía. Había llovido. La noche estaba entrada desde hacía rato. Mientras los conductores se aplicaban en mantener una buena dosis de paciencia, que es lo que conviene en estos casos, y encontrándose a la altura de Valdebebas, oyeron a lo lejos el sonido de una sirena y, por el retrovisor, pudieron ver el parpadeo de las luces de una ambulancia. Delante de ella, abriendo paso, varios motoristas de la policía, dejando traslucir una actitud similar a la que se suele dar en una catástrofe, o en un desgraciado accidente, les obligaban a apartarse hacia los lados, y a ocupar los arcenes, de manera precipitada, como los israelitas cuando Moisés separaba las aguas del Mar Rojo en "Los 10 Mandamientos". Pero, afortunadamente, todo resultó ser una farsa, porque no se trataba de ninguna catástrofe, ni de ningún grave accidente, ya que la ambulancia que circulaba, a toda pastilla, detrás de la policía, era un señuelo que ocultaba la verdadera intención del show, que no era otra que la de facilitar el paso del autocar del Real Madrid que circulaba, agazapado tras la ambulancia, llevando a sus jugadores al estadio Santiago Bernabéu, donde, por lo visto, tenían que jugar un partido de fútbol.

Dicho sea, sin desdén, desde la época de Franco no se recordaba nada parecido. Mientras uno de los policías, desde su moto, les increpaba para que ocuparan un espacio del que carecían, no pudieron por menos que recordar aquella vez en la que, yendo a Madrid, desde Zamora, a la salida del túnel de Guadarrama, la "guardia de Franco" (Cuerpo especial encargado de la seguridad del dictador) les echó hacia la cuneta de mala manera - de forma similar a la del día 10 de enero de este año - para que pudiera pasar el general, tan ricamente. Ahora lo había vuelto a repetir la policía. Y ello, para que un equipo de fútbol no tuviera que sufrir las molestias e inconvenientes por los que tienen que pasar el resto de los mortales.

Hasta entonces, pensaban que vivían en un país democrático y desarrollado, pero, desafortunadamente, habían podido comprobar que, en algunos aspectos, todavía no se habían abandonado determinados tics de la dictadura. No dejaban de preguntarse cómo era posible que en el s. XXI, se estuviera empleando a la policía para facilitar el desplazamiento de unos ciudadanos que no hacían otra cosa que dirigirse a su trabajo. Unos ciudadanos que no tenían más categoría, ni más derecho que ellos y todos los demás que permanecían en el atasco, para ser destinatarios de unos privilegios tan aspavientosos como desproporcionados.

No recordaban haber visto nunca un autobús de la Renault o de Carrefour, llevando a sus trabajadores a las fábricas y dependencias, precedidos de policías apartando violentamente a la gente para que pudieran llegar a tiempo al trabajo. Pero héteme aquí que, a unos pocos privilegiados, premiados con sueldos millonarios, se les estaba dando tratamiento de jefes de estado, de jefes de estado de otra época, bastante siniestra, por cierto, que algunos parecen no haber olvidado. Y además utilizando como señuelo una ambulancia ante la que todo el mundo hace lo posible, y lo imposible, para permitirle el paso.

Mientras los motoristas, la ambulancia y el autocar del Real Madrid, se perdían en el horizonte, a gran velocidad, los miles de automovilistas que allí permanecían, trataban de recomponer su posición ocupando el mismo carril de antes, aunque eso sí, jurando en arameo, y mascando chicle para no terminar de perder la paciencia.

Y es que aún se respiran determinados aires de dictadura, de país bananero, en el que sigue flotando en el ambiente aquella amenaza de "no sabe usted con quien está hablando". Porque lo del autobús del Real Madrid", no es más que un síntoma, que deja entrever lo que puede haber detrás.

Y lo más triste es observar que aún queda gente que no le sienta mal que se sigan cometiendo este tipo de desafueros, en el que se emplean recursos públicos en beneficio de unos pocos, en este caso de privilegiados jóvenes millonarios, mimados por la sociedad, que juegan al fútbol.