Mónica: "Me levanto por las mañanas y me miro al espejo y no veo a Charlize Theron ni a Jessica Chastain ni a Penélope Cruz. Veo a Mónica, la chica que no tiene cabello de seda ni ojos seductores ni cuerpo tan pluscuamperfecto como un objeto de lujo que solo se puede admirar desde la distancia. Y he intentado muchas cosas para parecerme a ellas. Sí, lo reconozco con cierto pudor, avergonzada incluso. He martirizado mi pelo normal y corriente con mil y un champús mágicos que cuestan un riñón y parte del otro. He probado en la piel todo tipo de cremas que garantizan milagros en dos semanas días y tras doce meses todo seguía igual. Bueno, todo no, mi cuenta corriente sufría mordiscos nada cremosos. He pasado mucha hambre con dietas despiadadas que, al abandonarlas, me hacían engordar el doble. Las conozco todas y ninguna me funcionó. He probado todos y cada uno de los productos dietéticos del mercado y cada kilo perdido se triplicó. He ido al gimnasio durante meses a resoplar y sentirme ridícula haciendo contorsiones inútiles. Me he odiado por cada bombón saboreado, por cada patata frita robada en las cenas, por cada helado paladeado como ansia. He llenado el salón de revistas y libros con trucos para ser una mujer actual, que sabe lo que quiere y cómo hacerlo posible.

Pero Mónica sigue ahí, una extraña en un mundo que no te comprende, lleno de hombres incomprensibles y enfrentada al hecho de que lo que deseo rara vez coincide con lo que estoy dispuesta a sacrificar. Quizá debiera, en lugar de mirarme al espejo, abrir una ventana y observar el paisaje sin preocuparme por mi aspecto, arrojar por ella mis complejos y dejar de compararme para empezar a aceptarme como soy sin odiarme por lo que nunca seré".