No deja de ser triste que haya habido que esperar a que un separatismo irracional, por injustificado, pusiera en peligro la unidad de España para que la hegemonía del PP parezca verse de pronto amenazada por una derecha liberal más moderna: la de Arrimadas y Rivera. Los innumerables casos de grave corrupción que esperan todavía el veredicto de los tribunales no han conseguido hasta ahora más que acortar la mayoría del PP sin impedir que Mariano Rajoy nos siga gobernando y haciendo más de una vez de su capa un sayo.

Sin suficiente presión de una opinión pública educada en democracia y convencida de que la corrupción es un cáncer cuyas metástasis amenazan a todo el sistema es muy difícil acabar con ella mediante el solo recurso a la justicia.

Sobre todo con las injerencias política en el quehacer de unos tribunales que se quejan además con razón de la insuficiencia de sus medios para resolver con celeridad y antes de que prescriban muchos de los casos planteados.

Pero tampoco responsabilicemos de lo que sucede tan sólo a la poca sensibilidad democrática de una parte de la ciudadanía, anestesiada por unos medios públicos, y a veces privados, descaradamente manipuladores.

Gran parte de responsabilidad de lo que sucede la tiene también sin duda la izquierda, en especial un PSOE que hace mucho tiempo que parece haber perdido el Norte y avanza, por no decir retrocede, dando continuos bandazos.

Es imposible saber lo que quiere ese partido con un líder como Pedro Sánchez del que desconfían muchos de los propios y que, sin una línea clara, no ha hecho más que guiños a unos y otros sin comprometerse ni convencer realmente a ninguno.

Un partido que ve, impotente, cómo se le escapa su electorado tradicional tanto por la derecha como por la izquierda al no ser capaz de ofrecerle respuestas que le den seguridad frente a las consecuencias perversas de la globalización neoliberal.

Sin olvidar el rápido desgaste, evidenciado en todas las encuestas, de Podemos, un partido maltratado, es cierto, por los medios de referencia, pero cuyos líderes parecen confiar más en lo aprendido de la lectura de Chantal Mouffe o Ernesto Laclau y un par de consignas y movilizaciones que en el trabajo paciente y diario en la calle.

De continuar la izquierda tan desorientada, atenta sólo al propio ombligo y sobre todo tan dividida internamente como hasta ahora, no es extraño que muchos ciudadanos sigan vencidos por el desánimo y tengamos aquí derecha -nueva y vieja, tal vez por ese orden- para rato. Y nadie podrá culpar ya sólo a Cataluña.