Nos situamos en aquellos años en los que España se debatía en una guerra civil y los niños, en una ciudad como Zamora y pueblos próximos, aunque lejos de los frentes de batalla, tenían muy difícil disfrutar de su infancia.

Aquel niño que veía a su madre rasgar sábanas nuevas preguntaba por qué las rompía, respondiéndole que era para convertirlas en vendas para los pobres soldados que estaban en la guerra, a la vez que le decía - cállate niño, no preguntes demasiado que las paredes oyen.

A las siete de la mañana, ya estaba la madre tirando de las sábanas donde dormía el niño, diciéndole - Levántate perezoso, que ya ha pasado el lechero. Antes de ir a la escuela tienes que traer leña para poner el puchero para cocer los garbanzos y tienes que ir a por agua a la fuente y dejar la tinaja llena.

El niño, aunque pobre, estaba bien educado y nunca protestaba por nada. Si era verano, calzaba zapatillas de goma. En invierno, corría el niño con sus chancas claveteadas intentando no resbalarse. La pobreza estaba presente en cada momento, pero el niño siempre estaba contento. Él nunca pedía nada, pues no había para caprichos.

La madre, en más de una ocasión le dijo: No hay pan, cariño mío; si hubiera, te lo daría con todo el alma. Cuando se sentaban a comer compartían la mesa con el abuelo, que le decía: - Coge el caneco y tráeme agua de la tinaja - El niño, muy obediente, se estiraba para llegar hasta el agua pensando en que le gustaría crecer para que todo fuera más fácil.

Él quería ser útil, le habían enseñado a respetar a los mayores, a querer a su abuelo y a todas las personas mayores; a besar la mano del Cura por ser representante de Dios en la tierra y a no dar malas contestaciones a nadie. Educación le sobraba, pero para tener más cultura tenía que ir a la escuela y no siempre podía. La casa estaba alejada de la escuela y siempre había quehaceres para ayudar a los padres.

Soñaba el niño con ser mayor y trabajar día y noche para cuando él tuviera hijos no les faltara de nada. Cuando se hizo hombre y tuvo hijos pequeños, iban a la escuela sin faltar un solo día. Pero aquella nueva generación ya exigía: - Cómprame una bicicleta que para eso he estudiado y he aprobado todo, luego vendría la moto y los viajes fin de carrera. Al padre se le pedía, en reuniones sociales, que fuera bien vestido y no metiera la pata en las conversaciones, no quería pasar vergüenzas con sus amistades.