Convendrán conmigo en que el mundo va cuesta abajo, ciego y sin frenos. Y España no va precisamente hacia arriba. Y si ya particularizamos en Zamora, la cuesta se empina y la ceguera se torna irremediable. La cuestión es, ¿por qué va todo tan mal? ¿Por qué no somos capaces de poner nuestro inmenso talento y capacidades colectivas al servicio de los común? ¿Cómo es posible que la misma especie que ha dominado a las demás; que es capaz de entender la complejidad del universo y del átomo; que extrae energía de todo lo que se mueve, brilla o arde?? ¿Cómo es posible que esa especie sea la misma que destruye el mundo en el que vive; y la misma que crea una forma de organización económica en la que son muchos más los que sufren y mueren, que los que gozan y viven bien? ¿Cómo es posible que seamos tan inteligentes para lo más complicado y tan torpes para algo infinitamente más sencillo de resolver?

Ahí entra lo que hemos dado en llamar economía, que en realidad es política con disfraz. Se disfraza de ciencia lo que es pura pelea por el poder. Y el poder, a su vez, o es económico o no es nada. Mientras no hay economía y lucha de poder, trabajamos sin problemas en proyectos de interés general, al servicio de todos. Cuando aparece la riqueza, desaparece la inteligencia y el enfoque colectivo, ahuyentados o aplastados por los depredadores del interés individual. Las democracias se inventaron para mantener a raya a esos depredadores. En la ley de la selva domina el más fuerte, no el que tiene razón o sabe más. Y a los más fuertes les conviene más esta ley que la de las mayorías o del interés general. Así que la historia de las democracias siempre ha sido la historia de un terrible y permanente tensión entre el interés colectivo que las define y el individual de los más poderosos.

Nuestra época es particularmente empobrecedora porque en ese combate está ganando, y por goleada, la ley del más fuerte. El poder económico han ido doblegando a la mayor parte de las instituciones democráticas, de modo que los Gobiernos estén más a su servicio que al de la gente común. Es fácil saber quiénes o qué grupos políticos están del lado de los depredadores. Solo hay que observar a qué enfoque obedecen sus propuestas, promesas o discursos electorales. Defienden el "¿Qué hay de lo mío?". O sea, el individualismo, el sálvate tu y a los demás que les den. Aborrecen lo común. Aspiran a eliminar pensiones, servicios públicos y cuanto no se pueda pagar uno mismo. Frente a ellos están, estamos, los de "¿Qué hay de lo nuestro?", defendiendo lo común, lo público, lo de todos.

A los poderosos les conviene lo primero porque divide y aísla a la inmensa mayoría, haciéndonos perder la única forma que tenemos de hacerles frente, que es la unidad, el poder derivado de ser muchos más. Si las cosas están yendo tan mal es porque han logrado imponer su individualismo, en forma de ideología: el neoliberalismo, que es ultraliberalismo en realidad. Y a esa ideología, despiadada y cruel, responden sumisos buena parte de los gobiernos y grandes partidos. Si logran que sigamos aferrados a "lo mío" nos destruirán, ya lo están haciendo. Nuestra única defensa y lo único que los puede desestabilizar es la pregunta contraria, inteligente y solidaria:

-¿Qué hay de lo nuestro?

Pues solo desde una defensa cerrada de lo de común tendremos fuerza para no ser aplastados. Por eso son tan vitales batallas como la de la Sanidad pública, por citar una sola, que con tanta eficacia y energía defiende en Zamora la Plataforma encabezada por Jero Cantuche y Carlos Pedrero. Por eso es tan decisivo que exista un apoyo masivo a la protesta del próximo sábado en Valladolid, convocada por esta Plataforma y sus homólogas en toda Castilla y León. Ahí hay que estar. En masa y enseñando los dientes a los del "Qué hay de lo mío". Porque si nos arrebatan lo nuestro, solo quedará lo suyo.

(*) Escritor, periodista y Secretario de Organización de PODEMOS CyL