Rodrigo Rato compareció en el Congreso de los Diputados. Los titulares dicen: Rodrigo Rato ajustó cuentas. En realidad, es un titular bastante certero. Es lo mejor que ha hecho Rato en su vida, ajustar cuentas.

Cuadrarlas. Para bien o para mal. Legal o presuntamente de manera ilegal. La vida de Rato es un balance. A veces da positivo y a veces da negativo. Siempre teñido de ese falsete carisma de hombre serio y de bien, sabio y emprendedor. Sin embargo, dio la espantá como director gerente del Fondo Monetario Internacional, en hecho insólito. Se aburría en Washington. Pobre. Hundió Bankia. O Bankia se hundió con su presidencia. El caso es que durante su presidencia no es que Bankia fuera un ejemplo en las escuelas de negocio.

Dice Rato que no ha hecho nada ilegal, que lo único que hay es una controversia por ver si lo que cobró presidiendo el banco es lo que le correspondía o no. Algún diputado sacó los colores a Rato. Ya es mucho, para alguien a quien nadie ha sacado un duro. Hasta hace un cuarto de hora no pocos simpatizantes del Partido Popular lamentaban que el sucesor de José María Aznar fuese Rajoy y no Rato. Nadie sabe qué hubiera pasado si hubiera sido Rato. Pero lo cierto es que las cuentas del país, no de Bankia, hubieran estado en sus manos. Glub.

El ajuste de cuentas ha sido sobre todo con su partido, el Partido Popular. Arremetió contra él y contra sus dirigentes. A Rato, siempre que no hable de dinero no hay por qué no creerlo. Retrata a los ministros De Guindos, Montoro, Báñez y hasta al hierático y prudente Catalá como mezquinos, presionadores y malos gestores. Incluso los acusa de saber cosas que no podían saber.

Parece que Rato descubre, luego de tantos años en el poder, que estar en el poder es sobre todo tener información buena y exclusiva, que es a su vez lo que da más poder. La información es poder: es poder vivir de la información. Corremos el peligro de juzgar a Rato como símbolo de una época, de una crisis y de una manera de hacer las cosas. Pero si no lo juzgamos, se va a ir de rositas. Él y la época. Puede ser inocente, pero no hace falta que nos tome por inocentones. Con su arrogancia del barrio de Salamanca delante de diputados preguntones, conmilitones unos, revoltosos otros, rojos, naranjas o morados. Puede que después de la tal comparecencia fuese a un buen restaurante a resarcirse del mal rato. A lo mejor examinó la factura. Por ajustar la cuenta.