El balance de 2017 hecho por Rajoy, que terminaría deseando a los españoles un feliz 2016, uno más de sus ya habituales lapsus linguae ha indignado a los medios y a la gente. Hay que tener valor para asegurar que el pasado año fue positivo. Con todo lo que España y los españoles hemos tenido y seguimos teniendo encima. Pero el presidente del Gobierno sigue sin hacer la menor autocrítica nunca, para él no existe la fe de erratas, una característica que comparte con su partido, el PP, cada vez más caduco y fuera de la realidad, lastrado por la corrupción, el fracaso del problema del separatismo catalán y el inmovilismo más contumaz en un país y un momento que urgen cambios de fondo y de forma y en el que como ha escrito Albert Rivera, el líder de Cs, se necesita reagrupar a todos los españoles en torno a un nuevo proyecto nacional de unidad y regeneración democrática.

Ahí le duele a Rajoy, obsesionado con acabar como sea la legislatura actual, o sea con sobrevivir políticamente. El triunfo de Cs en Cataluña mientras el PP se hundía por entero en aquella región le ha sacado literalmente de sus casillas. No se entiende de otra manera que puede calificar a 2017 como un año positivo en el resumen general. El temor a un partido joven, en su misma linea aparente de centro derecha, se ha hecho patente en el Gobierno y en el PP, porque Cs puede acabar echando por tierra, en el animo de los españoles que no son de izquierdas de ninguna manera, el viejo pragmatismo de lo malo conocido, que es lo que mantiene aun en Moncloa a Rajoy ante la evidente falta de alternativas válidas con que se encontró hace un par de años el electorado.Y en cualquier caso, los votos que pueda ganar Cs son votos que perderá el PP. Si resulta que, tras el éxito catalán, Rivera y los suyos consiguen convertirse en una opción a considerar seriamente, la supremacía del PP puede resquebrajarse.

Esa es la cuestión: que Cs consiga ese estatus. Porque una cosa es Cataluña y otra el resto del país y no se puede olvidar que tanto el partido como buena parte de sus dirigentes tienen sus raíces en aquel territorio. Hasta ahora, lo cierto es que pese a tantas expectativas, el partido de Rivera obtuvo unos resultados nada más que discretos primero y después a la baja. La gente no comprende o lo comprende pero no lo admite el postureo y los constantes cambios de posición mantenidos por Cs, en la mayoría de los casos saliendo en auxilio del PP, por más que se intenten justificar todas las políticas en el mantenimiento de una posición de centro puro, coartada que no siempre cuela. Una cosa es vencer y otra convencer. Ha vencido Cs en Cataluña pero tiene que convencer en el resto del país.

Por lo pronto, ahí está ya Rivera, haciendo recuentos de los méritos de su partido y exigiendo al Gobierno la puesta en marcha, pero ya, de las profundas transformaciones que urge la sociedad si no quiere tener que adelantar el final de una legislatura que califica de transición entre el viejo bipartidismo y el futuro. Lo que quiere señalar es que hay que contar con su partido. La última encuesta de 2017 ya situaba a Cs a solo dos puntos del PP. Y eso que el sondeo se hizo antes del 21-D de Cataluña.