el año 2017 sin duda fue el peor en la vida de Matilde, la profesora universitaria de Química de 40 años que fue asesinada por su expareja en Madrid pocas horas después del arranque del año. Y el peor para Cristina Martín, la chica de 38 años que iba en silla de ruedas porque tenía la enfermedad de los "Huesos de Cristal", lo que no impidió a su pareja matarla a cuchilladas en un pueblo de Toledo. Y para Jessyca Bravo, de 28 años, que murió tras recibir varios disparos de su ex a la puerta de un colegio de Elda cuando fue a recoger a su hijo de 3 años. Y para Sharita, de 15 meses, y para su madre Felicidad, de 25 años, asesinadas en su casa en Barcelona. Y para Andrea, la joven de 20 años de Benicàssim que murió hace unos días después de que su exnovio estampara el coche en el que viajaban los dos contra una gasolinera. 2017 ha sido sin duda el peor año para medio centenar de mujeres y una decena de niños que han muerto víctimas de violencia de género, pero seguro que también para las miles que sufren humillaciones y palizas diarias, y que viven con pánico sin tener claro si es mejor callar y aguantar, denunciar o huir lo más lejos posible.

No hay una receta clara para salir de esta pesadilla. Es verdad que muchas de las víctimas no habían denunciado, pero otras sí, y el sistema no pudo evitar su asesinato. Ni los acuerdos, ni las leyes, ni las campañas de concienciación evitan que miles de hombres sigan maltratando a sus mujeres y a sus hijos en ocasiones hasta matarlos. Sólo lograremos acabar con esta lacra cuando acabemos con el machismo. Vale. Pero, hasta entonces, ¿qué hacemos? Si yo fuera una víctima, creo que mi prioridad sería que el verdugo desapareciera de mi vida. Sin embargo, en cientos de casos las órdenes de alejamiento se incumplen o ni se decretan. Para que las mujeres denuncien es fundamental que no tengan miedo. Deben sentirse seguras sin tener que salir de su casa acompañadas, no temer por sus hijos ni verse obligadas a cambiar de ciudad o esconderse en una casa de acogida.

El foco debe ponerse en el maltratador. Desde la primera denuncia hay que vigilarlo; llenarle el brazo de pulseras que no se pueda quitar y que suenen como alarmas si se acerca a su víctima; encarcelarlo si es necesario, pero alejarlo de ella. Si no es así, el año que viene por estas fechas volveremos a hacer balance y tendremos una nueva lista con decenas de mujeres jóvenes y ancianas, ricas y pobres, universitarias y sin estudios, españolas y extranjeras para las que este 2018 que acabamos de empezar habrá sido el peor año de su vida.