Se cuenta en el texto del Exodo leído en la misa de ayer. En sorprendente tono coloquial, el Señor comunica su disgusto a Moisés: "Este pueblo es un pueblo de dura cerviz". Es la ingratitud el peor de los demonios familiares de Israel. Por no inclinar la cerviz ante su liberador del exilio, atribuye la hazaña a un novillo de metal al que proclama su Dios. Duro de cerviz y cerrado de mollera no son exactamente lo mismo, aunque lo parezcan. La mollera es la coronilla, el cacumen, la sesera? las entendederas cuya dureza es síntoma de embrutecimiento. La cerviz se llamó también con aparente sentido despectivo, cogote y pestorejo; del individuo poco inteligente suele decirse que tiene mucho sebo en el pestorejo; cogotudo se aplica al que muestra abultado cogote; significa además orgulloso. Entonces digo, la dureza de cerviz no evidencia solamente torpe obstinación sino también ingratitud y petulancia.

Pueblos de dura cerviz; pueblos juguete de demonios familiares que "parecen dormidos, pero no duermen". La ingratitud atizada por el rencor consiguió la demonización absoluta de unos hombres y de toda una época que algo menos malo tendría; la ingratitud se ceba ahora en la Monarquía, negando los impagables servicios que ha prestado al país en tiempos muy difíciles; durante muchos años se había aceptado como hecho incontrovertible que el Rey había traído, por sí y ante sí, la libertad democrática. Ante las últimas barrabasadas de sedicentes revolucionarios republicanos, más de un monárquico asustadizo podría ahora preguntarse con Lenin: "¿Libertad? para qué?", ¿para esto? Y no resultaría extraño que algún superviviente de aquellos que se declararon monárquicos por Franco, argumente que la culpa de los insultos en público al Rey es del que les quitó el bozal: "estale empleau", diría en torticera acusación el asturiano de la conocida anécdota. ¿Cómo ablandar la cerviz endurecida por la ingratitud? Pobre gratitud la que tiene que explicarse en sus causas.

Campan por sus respetos, a lo ancho de importantes regiones, los demonios familiares de la desunión entre los hombres y de la ruptura de la unidad territorial. Independistas, separatistas, soberanistas, nacionalistas de diverso nombre y compartido proyecto campan por sus respetos, a sus anchas, es decir, con impunidad demostrada y la ayuda o la connivencia de socios extraños y el creciente aplauso mediático. Maragall, César dormitante, ha rebullido para decir cuando esté algo más despierto "Alea jacta est". Algo parecido se le ocurrió a Companys, al proclamar el Estado Catalán: "¡Ja está fet!". La frase no resultó tan histórica como la de César; ni tan decisiva, según cuentan crónicas fehacientes menos agradecidas que "memorias históricas".

Se ha dado ya suelta definitiva a los malandrines demonios que revolotean en torno a las urnas. Son de la familia de Belcebú, el padre prolífico de la mentira. Cabe preguntar: ¿Se miente al que está dispuesto a ser engañado? Sin duda, es más verdadero decir que los políticos troleros mienten pero no engañan; el mentiroso de oficio es como la leche pasteurizada que no tiene microbios ni sabe a teta. El problema reside en que los electores aceptan de buena gana los trampantojos; la aceptación irracional y constante del engaño puede ser obra de algún innominado demonio familiar. Topiqueros irredentos ya han traído a cuento la frase famosa de Tierno Galván que no considera fraude las falsas promesas electorales. La verdad es que sólo yo puedo valorar y valoro la sentenciosa frase, contestaba el profesor a una pregunta mía inducida por el manifiesto incumplimiento de una promesa electoral por parte del ayuntamiento madrileño. Es obvio que la contestación del desenfadado e inteligente Viejo Profesor respondía a la realidad aunque molestara a ciertos correligionarios. Pero de las promesas electorales habrá que hablar. Los vendedores de feria han adelantado la fase desafiante del "¿Hay quien

dé más?".