Las palomas llevan muchos años colonizándonos sin que nos enteremos. Poco a poco se están apoderando de los edificios públicos y privados sin que nadie se atreva a poner freno a su expansión. Sólo tímidamente y a título individual algún ciudadano afectado por el problema ha manifestado su inquietud por estos asentamientos que han crecido considerablemente con el paso de los años en infinidad de ciudades españolas, Zamora entre ellas, y europeas. Venecia es uno de esos ejemplos inquietantes.

Hasta tal punto es así que el Ayuntamiento de la ciudad de los canales emitirá un bando para prohibir el tradicional lanzamiento del arroz en las bodas que tienen lugar en el Palacio Cavalli, en el barrio de Rialto, donde se celebran las bodas civiles, y la venta de grano en toda la ciudad para reducir la invasión de las palomas que acuden a miles para alimentarse. En la muy noble la invasión también es un hecho. El problema no es para tomárselo a broma. Y en esto los ecologistas no pueden decir ni mu. Porque un estudio encargado por la superintendencia de arqueología de Venecia ha revelado que los problemas higiénico-sanitarios y la restauración del patrimonio por los daños causados por las palomas cuestan anualmente a cada ciudadano 275 euros. En lo tocante a su bolsillo el ciudadano no pasa una ni allí, en Venecia, ni aquí, en Zamora. Y no sólo eso. Además de los ya conocidos desperfectos que ocasionan en los monumentos los excrementos corrosivos de las palomas, la autoridad competente ha tenido en cuenta que las aves destrozan a picotazos las estatuas y bajorrelieves de la ciudad que utilizan para agarrarse o limar el pico con los estragos que esta costumbre acarrea sobre el patrimonio pétreo de esa y de cualquier ciudad invadida por esta especie que parece crecer por generación espontánea. Las palomas que tienden a equivocarse como reconocía el poeta pero que son listas como el hambre, pican los monumentos para extraer pequeñas piedras que ingieren para favorecer la digestión. Y a fe que favorecen su digestión individual y colectiva pero a fuerza de, fundamentalmente, las narices y hombros de las estatuas y bajorrelieves que colonizan.

Es de lógica que la ausencia de alimento haga disminuir de manera significativa la cantidad de estas aves que campan por sus respetos en la vieja Venecia y en tantas ciudades europeas. Hay que tener en cuenta que su número ha aumentado en un 25% debido al pasado invierno suave que todos disfrutamos. Si el invierno que viene vuelve a gozar de las mismas características y las palomas encuentran alimento fácil cabe esperar que el censo siga aumentando. Y por mucho que formen parte del paisaje con figuras de las ciudades, son un incordio que se traduce en mucho dinero y que ha obligado a los ayuntamientos de importantes ciudades a tomar medidas que han pasado por acabar con buena parte de la población distribuyendo su carne entre los asilos y albergues o trasladándolas al campo que debería ser su hábitat natural. Las "colombas" venecianas típicas de sus plazas, están perdiendo la batalla a favor de la racionalidad, la coherencia y el ahorro. Si en los versos de Alberti creyó la colomba que tu falda era tu blusa, en la realidad veneciana en concreto confunden la nariz y los hombros de los prohombres con mondadientes o mondapicos.

Y, evidentemente, se equivocan.