Esta misma semana desde Cáritas Diocesana de Zamora se presentaba la campaña de Navidad, a la vez que se ofrecían los datos de los servicios prestados en este ejercicio, alertando sobre la cronificación de la pobreza en nuestro entorno más cercano. Esta y otras entidades de la Iglesia vienen desde largo tiempo proponiendo medidas para corregir el actual modelo, que eleva a dogma la búsqueda del crecimiento sin preocuparse de las desigualdades provocadas ni de lograr una redistribución de la riqueza más justa con los que apenas tienen lo básico para vivir. No se necesita más, sino gestionar mejor lo que ya hay.

Quizás convendría replantearse qué es en verdad lo que necesitamos para ser felices, una vez superada la creencia de que mayores niveles de renta reportarán a nuestra sociedad mayores niveles de bienestar subjetivo. Reflexionar acerca de este tema supone volver a poner al hombre en el centro, por encima de la espiral de los mercados y el consumismo.

Hölderlin, el visionario poeta alemán, dejó escrito que "donde impera el peligro crece también lo que nos salva". El entramado de contravalores que nos han movido hasta esta situación, pasado de rosca ya, representa la oportunidad para, desde nuestro compromiso primero individual y luego colectivo, contribuir a una sociedad más justa y más humana, donde nadie, en ningún sitio y por ningún motivo, quede descartado en el borde del camino. Así, la calidad de nuestra economía no se medirá más por el PIB, sino por el número de ciudadanos que cuentan con lo básico para construir una vida digna.