Ha pasado un año desde que Trump ganara las elecciones presidenciales de Estados Unidos, contra todos los pronósticos, pero el peculiar poderoso mandatario que tanto y tanto incomoda a las izquierdas no deja de ser noticia diaria, casi siempre por lo que se juzgan sus desatinos. En esto pasa lo mismo que con Maduro pero visto desde el otro lado y salvando las lógicas distancias. Es lo que hay, lo que ha habido y lo que habrá. Pero esta vez a Trump nadie puede regatearle el saber cumplir.

Aunque se lo regatean, claro, desde la oposición demócrata derrotada. El presidente cumple lo que prometió en su campaña electoral. Lo mismo que Rajoy en España, vamos. Y una de sus promesas estrella, aunque no la de mayor impacto, fue la de bajar drásticamente los impuestos. Que es lo que ya ha hecho, con la mayoría del Senado. (Cien senadores, por cierto, mientras por aquí 266 calientan escaño y pulsan botón y se llevan un pastizal por no hacer nada). Para sus adversarios, los que votaron a Hillary Clinton, la reforma solo beneficiará a las empresas y a las grandes fortunas y además puede acarrear un gran déficit al país. Solo que parece que no es así, que el cambio es en profundidad, que beneficiará sobre todo a las clases medias, tan castigadas en otras partes, y que ello tirará del consumo y de la producción, la conocida tesis que mantienen muchos expertos en economía liberal y aplicada con éxito.

Resulta pues que los populismos de derechas están funcionando, que es en lo que confiaron los norteamericanos cuando votaron a Trump. Una confianza que pese a todo lo que tiene en contra se mantiene. Y que de alguna manera, igualmente, explica el auge que en Europa están adquiriendo de un tiempo a esta parte los partidos de extrema derecha, como se les suele llamar despectivamente aunque no sean otra cosa que grupos de una pura y dura ideología conservadora. Que tienen la misma razón de ser y los mismos derechos que cualquier otra. Es curioso ver, por ejemplo, como se demoniza a la derecha mientras se atribuyen a la izquierda, ortodoxa o progresista, todos los valores y primacías éticas y morales, algo que no puede ser más falso como la historia y la realidad demuestran.

Ahora, en Austria, la extrema derecha, segunda fuerza electoral del país, ha pasado a apoyar y a gobernar junto a los conservadores. No es la primera vez pues ya hace dos décadas estuvo al lado del poder. Una experiencia que se espera pueda resultar muy interesante tanto en el aspecto político como económico. Para ello han tenido que renunciar expresamente y así lo ha hecho a algunos de sus postulados electorales más radicales y polémicos como la salida de la Unión Europea. Pero en cuanto a la limitación de inmigrantes se ha tenido en cuenta su postura. Un hecho este que anima a otras segundas fuerzas electorales de la ultraderecha más o menos, como ocurre en Francia y Alemania.

En España, los sondeos que ya se hacen de cara a las elecciones generales, sean cuando sean aunque nadie cree que la legislatura pueda sostenerse tres años más después de lo ocurrido en Cataluña, apuntan con claridad a la aparición de Vox en el Congreso. Una voz de derechas que ha de dejarse oír.