La actividad en Zamora se incrementaba muy favorablemente en 1762 por los acontecimientos en torno a la vida militar, con el establecimiento de la Maestranza de artillería, el parque de Ingenieros, que concentraba una numerosa guarnición para atender a los talleres en los que se trabajaba en experiencias de peso de barcas y cañones bajo la dirección del extraordinario ingeniero don Antonio Córdoba, de cuyos trabajos hay datos en la Academia de la Historia.

Todo ello atraía la concurrencia de las otras ciudades y pueblos circunvecinos, consiguiendo un movimiento y beneficio a la industria y el comercio. Con ello, los gremios se prestaban de buen grado al lucimiento de todo festejo público acudiendo a las celebraciones profanas con invenciones, farsas y banderas, y a las religiosas con imágenes y bordados que costeaban de su peculio, consiguiendo que las procesiones y solemnidades de Zamora adquirieran fama de ser las primeras y más notables de Castilla, y que, cada vez que se celebraba un acontecimiento, se llenaran de huéspedes las casas y hasta que acamparan en las plazas y paseos muchos que no encontraban albergue.

Las autoridades principales de Guerra y Hacienda habían fijado su residencia en nuestra ciudad, lo que daba importancia a Zamora por ser la capital del reino de Castilla.

Ante la declaración bélica por parte de Gran Bretaña, se hicieron aprestos militares por ser la invasión de Portugal uno de los planes de la campaña. Se hicieron considerables acopios de armamento, municiones y víveres, redoblándose el trabajo de las Maestranzas.

La agresión de ciertos buques ingleses en aguas de Portugal, puso en alerta a nuestras tropas. En un principio se resolvió hacer la campaña por Ciudad Rodrigo, reuniendo en Extremadura cuarenta mil hombres con el propósito de invadir la plaza de Almeida (Portugal) y avanzar después hacia Lisboa, pero luego se optó por invadir las provincias de Tras-Os-Montes y de Entre Duero y Miño, estimando como más fácil llegar a Oporto.

Para este nuevo plan se concentró el ejército en Zamora al mando del marqués de Sarriá, que desde nuestra ciudad dio un manifiesto, fechado a 30 de abril, por el que prometió a los portugueses que no maltrataría ninguna plaza, ningún lugar, ningún individuo, y solo les pediría que asistieran de buena voluntad con víveres y demás auxilios, bajo el supuesto de que se les pagaría aquellos y el trabajo, obrando como correspondía a vasallos de potencias amigas.

Seguidamente, echó un puente de barcas sobre el Esla y pasó por Alcañices la frontera, dividiendo las tropas en Cuerpos que, a las órdenes de los Tenientes Generales Carlos de la Riva y Marqués de Ceballos avanzaron respectivamente hacia Miranda y Braganza.

Los portugueses, entendiendo que defendían su dignidad, rompieron fuego contra nuestros soldados cuando se acercaban a una de estas plazas, con la desgracia de que a los primeros disparos voló un depósito de pólvora que causó la muerte de más de cuatrocientos hombre. El Gobernador de la plaza pidió suspensión de hostilidades para enterrar los cadáveres, a lo que el marqués de Sarriá contestó que si se rendían le ayudarían a enterrar a los muertos; con lo que no le quedó otro remedio al Gobernador que entregarse sin condiciones con 23 jefes y oficiales y 419 individuos de tropa el 9 de mayo de 1762.