Nos encontramos en la época en la que compramos las cosas sin llegar a verlas. Compramos productos, por Internet, que hemos visto en imagen virtual en alguna parte, y también otros, que no hemos llegado a ver en la vida, imaginándonos como pueden llegar a ser, pero, cuando los tenemos delante de nuestras narices, puede que no respondan a las expectativas imaginadas. Cabe la posibilidad que el color elegido no sea el que pensábamos; porque los colores son muy puñeteros, y por mucho que se esmeren los publicistas en respetar el "ran" de determinada imagen, intentando que sea lo más parecido al real, no hay manera que lo consigan. Otras veces, cuando se trata de una prenda de vestir, la talla que hemos pedido no se ajusta al particular cuerpo serrano de cada uno, por mor de que determinado fabricante tiende a hacer las tallas un poco más pequeñas que aquel otro, al que uno está acostumbrado. Y claro, por mucho que se trate de hacer entrar en la prenda michelines y cartucheras, no hay manera de lograrlo, por lo que no queda otra que proceder a devolverlo, y pedir una talla más grande, que puede que no llegue a tiempo de ser lucida el día que teníamos previsto.

Cierto es que lo de pedir las cosas por Internet hace ahorrar mucho tiempo, un valioso tesoro, imposible de adquirir por mucho oro que llegue a tenerse. Pero comprar, utilizando este sistema, obliga a que elijamos con más cordura de la habitual, porque lo de discutir, a posteriori, por Internet, sobre alguna anomalía detectada en el pedido no es tan fácil como teniendo delante al vendedor.

La gente de mi generación estamos acostumbrados a comprar viendo antes las cosas, tocándolas, oliéndolas, probándolas, y pidiendo opinión a algún familiar o amigo próximo, porque es más cómodo involucrar a alguien en la decisión, ya que así se puede compartir el eventual desacierto en la elección. Y tiene sentido hacerlo de esa manera, porque, al fin y al cabo, el fin último de cualquier compra es llegar a disfrutarla y, por tanto, mejor tocarla, saborearla u olerla antes, para que no llegue a sorprender su textura, su sabor o su aroma.

Pero es que, además de tener dudas en la elección, a medida que se van cumpliendo años, se van agudizando determinadas manías, y cuesta trabajo poner demasiado empeño en acabar con ellas. Una de ellas es la de leer, impreso en papel, libros, periódicos y revistas, ya que los e-books y las pantallas, ya sean de ordenador, teléfono o tableta, no permiten gozar de la agradable sensación que da pasar los dedos sobre las hojas, o de subrayar determinada frase, o de hacer cualquier tipo de señal en una palabra o en una metáfora. Por eso, mientras podamos, continuaremos leyendo en papel, aunque les parezca mal a los ecologistas, y no les falte razón, por aquello que se obtiene a base de expoliar los cada vez menos abundantes bosques, para sacarles la celulosa. De manera que, mientas se pueda, haremos lo posible por continuar comprando las cosas en directo.

No se trata de nadar contra corriente, ni de negarse al uso de las nuevas tecnologías y costumbres, sino, simplemente, de usar, en cada momento, aquello que más pueda satisfacer a cada cual, o lo que es igual, hacer lo que a uno le pide el cuerpo.

Tener que hacer la cosas adaptándose a las circunstancias, es cosa obligada, pero hacerlas, por imposición, ya sea con nuevas o viejas tecnologías, no tanto. Porque, por ejemplo, para estar al corriente de determinadas noticias, como la de la historia del ex consejero de Puigdemont, Sr. Rull, cuando se pasó más de un mes ventoseando en la cárcel, no hacen falta muchos medios, simplemente bastaría haberlo escuchado, especialmente cuando se quejaba, amargamente, de que le daban comidas flatulentas. O para saber que el diputado Tardá se quejaba amargamente en el Congreso, porque habían "torturado" a los secesionistas catalanes poniéndoles el himno nacional, durante sus traslados desde el juzgado a la cárcel, tampoco hace falta disponer de la última versión de Apple. Ni para saber la última sandez de Filemón, en Bélgica, diciendo que "malversar dinero público no es corrupción" resulta necesario perder el tiempo en consultar las redes sociales.

Volviendo a la tendencia a comprar las cosas sin llegar a verlas, cabe reflexionar sobre cómo vamos perdiendo la vieja costumbre del contacto con el tendero, y con el vecino de arriba que solemos encontrarnos en el super, y con el experto que nos explica cómo se maneja tal o cual artilugio de bricolaje, para resolver las chapuzas caseras que se nos resisten, y sacar nuestras propias conclusiones.

Y es que, de seguirse incrementando la compra de las cosas a distancia, llegarán a desaparecer los pequeños comercios, e incluso los grandes centros comerciales, porque los productos vendrán de no se sabe dónde hasta nuestras casas, traídos por un mensajero, al menos por el momento, porque, a no tardar, el chaval de la moto y el de la "furgo", serán sustituidos por esos "drones" que ya empiezan a ocupar el espacio más próximo a nuestras cabezas.