Otros años, el máximo interés de estos días previos al 22 de diciembre estaba puesto en el Sorteo de Navidad. Las demás noticias, salvo accidentes o catástrofes naturales, perdían importancia y peso, como si la realidad se diera a sí misma, y a los que nadamos en ella, una tregua. La esperanza en la suerte, la ilusión por recibir "el gordo", los "a ver si por fin este año, sí", esos posos de confianza que nacen en "todos los números entran en el bombo" se convertían casi en temas y sensaciones monocordes. Parecía como si la vida fuera a otro ritmo, a ese ritmo que, en una famosa y repetida mañana, marcan los familiares niños de San Ildefonso. Pasaban otras cosas, sí, pero la Lotería de Navidad se enseñoreaba del ambiente.

Este año han cambiado bastante las cosas. Se habla poco (o eso creo notar yo) del sorteo. Lo acapara todo Cataluña y las elecciones previstas para un día antes. ¿Cómo amaneceremos el 22-D? Me temo que hablando más de los resultados de los comicios catalanes que de los premios. Y vendrán, las inevitables y graciosillas comparaciones entre el "gordo" y el partido más votado; entre las aproximaciones y el que se quedó a las puertas; entre la pedrea y los grupos que salvaron los muebles y entre los que no lograron ni la devolución y los derrotados en las urnas. Es uno de los muchos ejercicios malabares lingüísticos que nos esperan y que van a durar un tiempo considerable. Ya verán, ya, porque lo de Cataluña, pase lo que pase el día 21, seguirá y seguirá y seguirá, como las pilas Duracell.

Semana de loterías. A unos, pocos, les tocarán los millones hoy escondidos en el bombo pequeño. A Montoro ya le tocó. Y bastante. Una buena ración se la hemos dado los que hemos adquirido décimos o participaciones. Otra se la proporcionarán, con mucho gusto, eso sí, los afortunados. Y a todos los españoles nos tocaría la lotería, y algo más, si los comicios del próximo jueves sirvieran para desbloquear la situación en Cataluña y abrir una etapa de normalidad, estabilidad y sosiego. Desgraciadamente, los síntomas no van por ahí. Los indicios, los sondeos y las encuestas apuntan a una división casi al 50% del electorado, lo que, de hecho, supone la imposibilidad de acuerdos para formar gobierno. Claro que también revela que los independentistas manipulan y mienten como bellacos cuando hablan de "el pueblo" catalán como partidario de la ruptura con España. Si la mitad, o más, está a favor de seguir como hasta ahora, ¿qué validez sensata, política y legal tiene esgrimir el apoyo popular al procès?, ¿qué pueblo?, ¿solo cuentan a los suyos o a los que van por la calle con esteladas?, ¿los demás no son pueblo?

En cualquier caso, nos espera un 22-D con tanta Cataluña como lotería. Y eso viene a significar que los demás asuntos continuarán durmiendo el sueño de los justos, o casi. Lo digo porque, según las previsiones actuales, la solución a lo de Cataluña no saldrá de estas elecciones, y, por tanto, se mantendrá en el primer plano de los problemas españoles hasta que San Juan baje el dedo. Y eso supone, obviamente, que el resto, a la cola. O sea, que no nos tocará la lotería, ni nadie hablará de nosotros en un periodo largo. Hay que arreglar lo de Cataluña; hay que reformar la Constitución para encajar Cataluña en España; hay que sentar las bases para que las empresas no se vayan (o vuelvan) a Cataluña; hay que corregir el déficit de infraestructuras en Cataluña; hay que invertir en el aeropuerto de El Prat; hay que activar el corredor del Mediterráneo; hay que perdonar la deuda catalana; hay que, hay que? Únicamente falta un hay que lograr que el Barça gane Liga y la Champions, que juegue la final de la Copa del Rey contra el Gerona y que, en los prolegómenos del partido, se cante Els Segadors en vez de sonar el himno español. Ya lo tiene Gabriel Rufián en su agenda.

Y mientras tanto, ya ven: salen los datos del censo y, oiga, para echarse a llorar o para cortarse las venas. En el primer semestre del 2017, Zamora perdió 1.539 habitantes, 256 al mes, más de ocho al día. Ya solo somos 177.000 supervivientes. Y la tendencia es a empeorar. En ese periodo, la población de Castilla y León descendió en más de 12.000 personas. Y las perspectivas son tan pesimistas como los números. Pero no pasa nada. Nos hemos hecho al ruido y ya ni nos alteramos. Dentro de dos días ni nos acordamos. O no se acuerdan los que tendrían que acordarse. Estarán muy liados con lo de Cataluña, que es, faltaría más, prioritario. Incluso por encima de la Lotería de Navidad, que ya es decir. Menos, claro, para los afortunados con "el gordo". Esos no se conformarán, como es costumbre, con brindar y abrazarse. Este año, le harán una pedorreta a Puigdemont. Y una butifarra, para que no extrañe. Un día es un día.