Cruzo la plaza de la Puerta del Sol de Madrid estos primeros días de Diciembre. A duras penas puedo andar por la plaza y por la calle de Preciados en dirección a la Plaza del Callao, siguiendo la loable disposición de la señora alcaldesa. Como es natural, no regresaré a Sol por la calle del Carmen, para volver a encontrarme con parecido imponente atasco. Tomaré el Metro en Callao para volver a casa (no supone nada más que una estación de diferencia, con la ventaja de unos vagones del Metro más descongestionados). En estas fechas las calles de Madrid, las más importantes, están invadidas a rebosar por visitantes de toda España y del extranjero. Todos estos días son el anticipo de la Navidad.

Contrasta esta ocupación callejera con la corta asistencia a las funciones religiosas de la misma iglesia del Carmen, la más próxima a la Puerta del Sol, y hasta de las celebradas en la iglesia de San Ginés, que, en la calle del Arenal goza del mayor predicamento de la capital. Estoy convencido de que este desierto espectáculo no ocurrirá en las mismas fiestas que se avecinan; pero esta misma seguridad la tengo del contraste de asistencia entre iglesias y calles. Y, sin poder evitarlo, acudo al principio del Evangelio de San Mateo, donde se plasma la intención del Cristianismo original para estas mismas fechas.

En este primer capítulo se transcribe el mensaje del profeta Isaías, muy breve; pero muy significativo: "Ecce ego mitto angelum meum ante faciem tuam, qui praeparabit viam tuam ante te, Vox clamantis in deserto, Parate viam Domini, rectas facite semitas eius" (Mc. 1,2). En nuestro inimitable idioma, nos dicen las mismas palabras: "He aquí que yo envío a mi ángel ante tu cara, el cual preparará ante ti tu camino. Es la voz del que clama en el desierto: "Preparad el camino del Señor, haced rectas sus sendas"". Para que no ocurra dificultad alguna en la inteligencia del mensaje que transmite el Juan Bautista que clama en el desierto, el mismo evangelio nos comunica que se trata del "baptismum poenitentiae in remissionem paecatorum" (está tan claro que no necesita traducción).

A continuación el mismo Evangelio nos dice la respuesta de aquel pueblo: "Toda la región de Judea y todos los de Jerusalén -la ciudad que ya entonces, anticipándose a la decisión del estadounidense Trump, era la capital del pueblo judío (lo que fue Israel y Judea)- se sumergían en el río Jordán confesando sus pecados". Era su confesión mucho menos eficaz que la que practicamos los cristianos. Ya lo reconocía el mismo Juan: "Yo os bautizo con agua; pero detrás de mí vendrá quien os bautizará en el Espíritu Santo" (Mc.1,8). Pero confesaban sus pecados y recibían el bautizo con agua del Jordán. (Yo supongo que en el lugar donde Juan practicaba el bautismo el Jordán llevaría más agua que la que ahora podemos contemplar en el lugar que se señala como el de los bautismos. Pero incluso la pequeñez actual serviría para un bautismo penitencial).

La respuesta del pueblo judío correspondía a la invitación trasladada del Profeta: La limpieza de cuerpo -con el bautismo- y de alma -con la confesión- era una excelente preparación para recibir al pequeñín que recibimos en el Nacimiento. Los caminos del Señor, rectificados con esa limpieza integral, estarían expeditos y ofrecerían una invitación imposible de rechazar para caminar por ellos. ¿Es eso lo que hacemos ahora en nuestras ciudades?

Los cristianos, que hemos podido recibir y atender esa invitación a la confesión pascual del año, tal vez no necesitemos la invitación con motivo de la Navidad; pero podríamos "preparar los caminos del Señor y enderezar sus sendas" con unas visitas devotas a la iglesia donde el día 24 de diciembre nos nacerá el Niño, como nace todos los años recordándonos su venida al pobre portal que solucionó aquella noche, de hace tantos años, la carencia de "locus in diversorio" (Mat. 7, 7). Ahora no le falta "posada", puesto que todas las iglesias le facilitan ese alojamiento que entonces se le negó; pero podemos preparar su venida piadosamente, como entonces se la preparó involuntariamente el mismo César Augusto con el decreto que motivó el traslado de la Sagrada Familia desde la pequeña y lejana Nazaret hasta Belén, la ciudad reglamentaria para los descendientes del Rey David. Aquello fue una preparación involuntaria, de tipo legal. Nuestra visita al templo y avivar la esperanza de ver al Niño en su pesebre será la voluntaria preparación que el evangelista nos señala.