En pintura se denomina punto de fuga al lugar hacia el cual confluyen las proyecciones de las líneas rectas paralelas a una dirección determinada. En lenguaje menos técnico, el punto donde terminarían encontrándose todas las rectas de una pintura que apunten en la misma dirección. Configura lo que los profanos venimos a llamar perspectiva. El escultor, arquitecto y pintor del "Quattrocento" italiano Filippo Bruneleschi fue el primero en hallar la clave de la perspectiva al dar científicamente a través de la experimentación con el punto de fuga.

Más de quinientos años después del fallecimiento del florentino, en 1978, se redactó y aprobó la actual Constitución Española. Pieza clave sobre la que se ha elevado toda la arquitectura legal y de convivencia de nuestra democracia, y con la que los redactores tuvieron que hacer todo un alarde de flexibilidad e integración para poder salir adelante y alejar los truculentos fantasmas de la Guerra Civil, el franquismo y la Segunda República.

De ella, el Título Octavo, relativo a la organización territorial del Estado, fue el último en cerrarse por la dificultad para hacer confluir los distintos intereses políticos. Al final, solución de compromiso, un modelo abierto, inicialmente muy diferente para las tres comunidades llamadas "históricas" y que al final terminó en el famoso "café para todos". Una solución sin un "punto de fuga" claro, donde cada comunidad podía ir a su ritmo y hasta el punto que considerara, sin un límite nítido al autogobierno.

El modelo ha funcionado durante este tiempo aunque nadie pueda afirmar si con un modelo más centralista el progreso hubiera sido menor. En todo caso, un modelo que en su propio desarrollo ha ido haciendo crecer el germen de la destrucción del edificio constitucional. Un modelo sin límite, en el que los dos grandes partidos no se han atrevido a poner coto a los excesos nacionalistas (favorecidos por la sobrerepresentación que la ley electoral les otorga) con la lengua o la educación. Un modelo en el que al estar solo permitido hablar de modificar la Constitución para ampliar las competencias autonómicas, nunca para reducirlas, no puede ser sino un modelo abocado al colapso.

Bruneleschi, famoso por hallar una solución arquitectónica válida para el hasta entonces irresoluble problema de la construcción de la cúpula de Santa María del Fiore, más conocida como "Il Duomo", escribió al tribunal que debía adjudicar ese proyecto: "Me propongo construir para la eternidad". Es disculpable que los constituyentes trabajaran para la coyuntura del momento. No lo es que cuatro décadas más tarde, nuestros políticos sigan como derviches, dando vueltas sobre el mismo eje y no marcando un claro punto de fuga.

Hace un año me detuve y giré sobre mí mismo -plácidamente, como el mundo giraba entonces- en varios puntos de Florencia. Admiré la ambición, la armonía y la belleza intemporales creadas por los genios que dieron portazo al Medievo y abrieron el mundo al Renacimiento. Hoy España necesita espíritus renacentistas.

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