En el tiempo de Adviento es Dios quien, en marcha triunfal, se acerca a su pueblo; por delante, su heraldo y pregonero anuncia con potente voz a toda Judea y Jerusalén la proximidad del Rey-Mesías. Él exhorta a todos a hacer transitables los caminos, pues detrás de él viene Aquel en quien todas las antiguas promesas hallan su cumplimiento, Aquel "que es más que yo". Lo que Juan anuncia se realizará a la vista de todos: su proclamación es el anuncio de una nueva realidad mesiánica que se inicia.

Dios, desde su misericordia y generosidad infinitas, nos pide que salgamos a la luz para caminar como hijos de la luz. Como nos recuerda hoy San Pedro, el Señor "tiene mucha paciencia con nosotros porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan y se salven".

Hay que preparar los caminos del Señor. El Evangelio de Marcos comienza presentando a Juan el Bautista, él es el embajador del Mesías, el anuncio de la Buena Noticia que se avecina. La llamada de Juan no se dirige solo a la conciencia individual de cada uno. Se trata de preparar un camino concreto y bien definido, el camino que va a seguir Jesús.

También los creyentes de hoy tenemos que preparar el camino del Señor, debemos preguntarnos: ¿dónde y cómo abrir caminos a Dios en nuestras vidas? No podemos pensar en cosas espectaculares, sino en las pequeñas cosas que hemos de atender para abrir caminos a Dios. Muchas veces entendemos estas palabras de Juan como algo externo, esperamos la Navidad preparando cosas materiales y olvidamos lo importante, la preparación del corazón. Quien no está dispuesto a cambiar nunca se encontrará con el Señor. Preparar el camino del Señor significa despojarnos de la impaciencia, tratar a todos con la máxima afabilidad, despojarnos del egoísmo y apego a los bienes materiales para revestirnos de actitudes de generosidad y desprendimiento, despojarnos de la insensibilidad frente a las necesidades del prójimo y revestirnos de la caridad que se hace concreta en actitudes e iniciativas de solidaridad, despojarnos de los chismes, de la difamación, de la calumnia, de hablar mal de personas ausentes, de palabras desedificantes o groseras para revestirnos de un habla reverente, que busca la edificación de los demás, despojarnos de resentimientos, odios, amarguras y rencores para revestirnos de actitudes de perdón, de comprensión y de misericordia.