A pocos días del inicio del invierno del año 2017, hemos podido vivir y sufrir las consecuencias de la sequía durante el año que está a punto de finalizar, y durante el cual la sequía pertinaz ha azotado la Nación y nuestros campos, basta ver los reportaje televisivos del estado de los embalses y pantanos españoles. Su estado, verdaderamente, nos produce angustia vital.

Los meses y los días van pasando y la deseada lluvia no llega; ello tiene como consecuencia inmediata que las reservas de agua están llegando a su fin.

Hemos de ser plenamente consientes que el agua, a medida que van pasando los años, es un bien cada vez más escaso y debemos utilizarla con baremos sumamente racionales.

En nuestra infancia, hace 60 ó más años, a mi juicio teníamos una mayor conciencia del consumo de agua y ello, pese a que las primaveras, otoños e inviernos eran más lluviosos, pero la conciencia colectiva imperante en aquellos momentos, era la del consumo racional.

El desarrollo industrial, la mejoría económica de la sociedad en general, ha traído como consecuencia una cierta relajación en la conciencia y uso del consumo del agua, del cual todos, en general, somos un poco culpables, y hemos de concienciarnos y poner en práctica el consumo racional y necesario, pues, cada vez es un bien más escaso y debe ser administrado con suma cautela.

Las personas que hemos nacido y vivido en el mundo rural, honestamente, creo que tenemos más asimilado el uso racional del agua, porque hemos experimentado en nuestra propia carne, que la falta de lluvia, en primavera, tenía unas consecuencias adversas para las cosechas.

Nuestra provincia de Zamora, es una provincia eminentemente agrícola y ganadera, y los lectores de más edad vivieron las nefastas consecuencias y privaciones que trajo consigo el llamado " año malo ", el año 1945; personalmente, por razones de edad no lo conocí, pero sí he oído hablar y me lo pusieron de ejemplo un millar de veces, pues, fue un año sin verano, lo que significa en el medio rural, que los ingresos fueron 0, esto es, inexistentes y ello está muy unido al ahorro. En el campo la filosofía de vivir al día no tiene cabida, no es de aplicación el "carpe diem", y si el refrán: El que de prestado se viste, en la calle lo desnudan o aquel que reza : Hasta que no muere el arriero no se sabe de quien es el burro.

Los labradores de refrenes van bien servidos pues, los conocen perfectamente y saben su significado.

Cuando en tu infancia te han mentalizado y luego has experimentado que el campo es una actividad que corre los altos riesgos que produce la sequía, como ha ocurrido en el presente año que está a punto de finalizar, durante el cual la cosecha ha sido prácticamente nula, y las expectativas del próximo año no parecen ser muy halagüeñas, sinceramente, comprendo que los hombres del campo no estén muy alegres y procuren para sus hijos un futuro al margen del campo.

Conozco el campo desde que nací, y, sinceramente, creo que su futuro no es nada esperanzador, pese a lo que digan los políticos y las personas que animan a los jóvenes a quedarse en el campo.

Me pregunto : ¿Ellos les aconsejarían a sus hijos quedarse y vivir exclusivamente del campo ? La pregunta está formulada.

Es muy distinto, compatibilizar la explotación agraria con el ejercicio de profesiones liberales que produzcan abundantes ingresos, como actividad complementaria, heredada de sus mayores, pero con el pan asegurado vía profesión.

La agricultura y los agricultores directos y personales, esto es, los que se suben al tractor a diario, jamás han estado apoyados por los gobiernos de la Nación, y si a ello unimos el azote de la sequía, las condiciones climatológicas adversas, los bajos precios de los productos agrícolas, apaguen los tractores y vámonos.

De pequeño me dijeron que, la mejor finca era una buena carrera, entonces había trabajo, ahora, desgraciadamente los jóvenes, aquí en nuestra Castilla, desgraciadamente, no lo tienen, y menos aún en el campo.

Pidamos a Dios, que llueva abundantemente sobre el campo español, pues, la esperanza es lo último que se pierde, aunque en el campo queda, muy poca según he podido observar entre los hombres del campo, amigos y paisanos de quien estas líneas escribe, que por cierto, no han aconsejado a sus hijos que continúen en el campo. Honestamente, creo que nuestro campo castellano tiene poco futuro, ¡ojalá ! me equivoque, y cambien las circunstancias.

Pedro Bécares