Ayer fue día de reencuentro con antiguos compañeros de la Policía Municipal que todavía sobrevivimos con los muchos años a la espalda. Este Cuerpo de Seguridad Local celebró su Fiesta institucional y en ella, además de recordar a los que ya no están, se procedió a la entrega de condecoraciones y testimonios de agradecimiento a los miembros del Cuerpo que se habían hecho acreedores a tales distinciones y también a representantes del otros cuerpos e instituciones en agradecimiento por su colaboración.

El concejal delegado y el Jefe de la Policía Municipal pusieron de manifiesto la permanente dedicación de los hombres y mujeres que componen el colectivo al servicio de los ciudadanos. El alcalde corroboró el espíritu de servicio que podía deducirse con la lectura de un parte de novedades, de un día cualquiera, escogido de forma aleatoria, en el que se ven más de treinta prestaciones en favor de quienes lo precisaron, por accidentes, seguridad pública, infracciones, auxilios humanitarios y vigilancia ciudadana.

Aunque para los agentes de la Policía Municipal su mejor recompensa debe ser la satisfacción de haber cumplido con su deber, es natural que, cuando reciben el reconocimiento público por el servicio prestado, les llene de orgullo lucir en el pecho esa condecoración o medalla acreditativa de la labor bien hecha.

Desde la perspectiva que a mí, personalmente, me dan los cuarenta y seis años que estuve en activo y los veintidós que llevo jubilado, me satisface enormemente haber presenciado estas celebraciones en las que se reconoce la diaria labor de quienes están permanentemente al servicio del vecindario, llegando, a veces, a poner en riesgo su vida para salvar la de los demás.

Aprovecho la oportunidad para recordar a compañeros que, sin decir ahora su nombre, fui testigo de su muerte en acto de servicio. Mi recuerdo más entrañable para los que se fueron, y mi felicitación más entusiasta para los que hoy han recibido tan merecidas recompensas.