Curiosa, aunque no rara, la vuelta de los ojos al refugio interior de la poesía en tiempos inclementes. Enfrascado así en la última versión -una nueva traducción lo es- de los Cuatro Cuartetos, de T.S. Eliot, tan bien comentada y anotada como a ratos mal traducida, al llegar al III del último cuarteto se cruza con las angustias catalanas el extraño microdiscurso de Eliot sobre las dos ortigas, la viva y la muerta (llama así a la especie que no pica). Y después va esto: "Para eso sirve la memoria: no tanto para librarse del amor como para ampliar el amor más allá del deseo y librarse con ello del futuro como del pasado". Luego Eliot lo aplica al amor a un país. ¡Qué buena receta sería para las patrias -pienso- librarlas, por amor, del futuro y del pasado, dejándolas en la pura memoria, más allá del deseo!. Pero no será fácil hacer del nacionalista un contemplativo: lo suyo es la épica.