El día 24 de Noviembre de 2017 ha sido un día muy importante en Guadalajara, concretamente en la Facultad de Educación de la Universidad de Alcalá de Henares. Esta joven Facultad, muy amante de sus principios, ha celebrado el ciento setenta y cinco aniversario de la Inauguración de la que fue la Primera Escuela Normal de Maestros de España, la noble Institución que ha sido la antecesora de esta hoy Facultad de Educación.

El acto presentaba la particularidad de reunir en el Paraninfo de la facultad las dos Instituciones: la Escuela Normal, de cuyos funcionarios quedamos algunos ya jubilados y otros aún en activo, y la Facultad de Educación que hoy ocupa los lugares últimos de aquella Escuela Normal.

La gentileza de la Ilma señora decana y demás directivos de la Facultad quiso que al acto mixto asistiéramos todos los funcionarios vivientes de ambas Instituciones. Por lo que a mí se refiere, que fui Catedrático de aquella Escuela Normal y como tal me jubilé el 30 de Septiembre del año 2000, la señora Decana se ofreció a solucionar mis limitaciones para asistir, por estar convaleciente de una reciente enfermedad. Ella me recogería personalmente en su automóvil para llevarme al acto de la Facultad.

Su disposición hizo renacer mi ilusión y estuve decidido a asistir. Personas muy interesadas en mi salud estimaron que no debía exponerme al frío de estos días a causa de mi diagnosticada bronquitis crónica y la situación de convaleciente de una neumonía, manifestada en fuerte catarro. La misma circunstancia de que el acto se celebrara en Guadalajara, ciudad que tiene fama de propensa a los enfriamientos, desaconsejaba mi asistencia. La apelación al peligro de mi salud, agravada por lo que supone una avanzada edad, consiguió que, con gran dolor de mi corazón, decidiera no estar en Guadalajara en día tan señalado.

Noticias llegadas por medio de persona muy autorizada me han dado a conocer que en el acto destinado a esa mañana (el acto comenzaba a las doce del día), aparte de las alusiones que se habrán hecho a nuestra labor de muchos años, se nos impondría una medalla a los funcionarios vivientes de la extinguida Escuela Universitaria de Formación del Profesorado. Tengo la seguridad de que en mi solapa brillará la ansiada medalla. Me acompañará fuera de casa, como me recuerdan los años de mi Normal las dos placas que veo a diario en mi pequeña sala de trabajo. Será esa medalla la que refleje el profundo orgullo que llevo conmigo por haber sido, en los 19 últimos cursos de mis cuarenta y tres años de docencia, Catedrático de Normal , que podría decirse muy bien: "Maestro de Maestros".

Siempre fue, en mi opinión, la profesión más importante la de Maestro de Escuela. Incluso en cualquiera de aquellos pequeños pueblos de mi tierra zamorana había en mis tiempos de niño un "señor Maestro" que enseñaba a todos los niños y los ponía en condi-ciones de situarse en la vida con la dignidad de una persona instruída. En los restos que pude apreciar en el último domicilio de mi padre, Maestro Nacional, encontré instructivos borradores de los ejercicios a los que sometía a sus alumnos, para que pudieran desarrollarse a lo largo de sus futuras existencias.

En consecuencia, es perfectamente explicable que dirigiera las aspiraciones de mi vida docente a llegar a ser Catedrático de Escuela Normal. Lo fui y me hubiera llenado de satisfacción participar en el acto celebrado en la Facultad de Educación de la Universidad de Alcalá, en la que me jubilé. Es lamentable esta ausencia; pero habrá que añadirla a tantos sinsabores como acarrea una larga vida, que -igual a la de otras muchas personas- no ha sido excursión por un camino de rosas.