Cada vez que leo algo sobre avances y modernidades en Internet miro hacia arriba y hacia los lados a ver si alguien me anda espiando. No me fío. Tengo la sensación de que hemos perdido completamente la intimidad y ya somos pasto de los que se mueven por el éter como Pedro por su casa. Y cuando intento autoconvencerme de que no es para tanto, cae en mi mano otro escrito, estudio o declaraciones de expertos en la materia y vuelven a invadirme todas las inquietudes del mundo. El último análisis al que le he echado el ojo me ha dejado perplejo?y eso que no lo he entendido de cabo a rabo, que me han quedado muchas lagunas. No es para menos, lo de las lagunas, digo. Porque, a ver, ¿quién es el guapo que así, a espetaperro, sabe que es un bot, un troll, un ciborg o cómo se bloquean webs y redes a través de mensajes que te llegan a ti pero que proceden de las Chimbambas y que se multiplican a mayor velocidad que los virus de la gripe? Que levante el dedo, por fa.

Resulta que, según el citado reportaje, existe un ente ruso, el Internet Research Agency (IRA), que se dedica a fabricar trolls para desinformar, intoxicar y, con ello, crear la sensación de que las cosas son de determinada manera, aunque sea mentira. Respaldado por el Kremlin, el IRA pasa por ser la mayor "granja" de trolls del planeta y un método rápido, barato y eficacísimo de meter cizaña y enredar para lograr lo que pretendan sus impulsores. He entrecomillado la palabra granja porque me ha hecho gracia que se use para estos menesteres, como si los trolls-mensajes fueran vacas, ovejas, marranos o conejos. Se ve que el lenguaje ultramoderno da para lo que da y necesita tirar del tradicional para explicar las novedades. ¡Cosas veredes, hermano Sancho!

Bueno, pues ya tenemos a las granjas rusas pariendo y criando trolls para influir, verbigracia, en la elección de Trump, en los resultados del Brexit, en la campaña a favor de Marine Le Pen, en sospechosos apoyos a la ultraderecha europea y, ¡válgame la Virgen de Monserrat!, en el procès catalán, a favor de los independentistas, faltaría más. Una vez que los trolls ya están crecidos y han dejado el taca-taca, los envían a los bots, que son, según creí entender, unas cuentas automatizadas que, en cuestión de segundos, rebotan el mensaje a los cinco continentes, a Marte y al resto de la Vía Láctea. La agencia Freedom House ha realizado un estudio en 65 países sobre el uso de los susodichos bots. Casi la mitad, 30, los utilizan para fines poco recomendables. En China, por ejemplo, ¡¡¡dos millones!!! de personas están contratadas para hacer esta función, o sea para inundar foros y redes con noticias, comentarios, insinuaciones que favorezcan los intereses chinos o dañen a sus rivales políticos, sociales y económicos. Impresionante. ¿Se imaginan? Más de once veces la población de la provincia de Zamora dedicada a reenviar trolls, bots y lo que sea menester como quien manda felicitaciones navideñas o invitaciones de boda con acuse de recibo.

Aseguran los expertos (al menos el informe que he leído) que ya se ha dado un paso más y han entrado en acción los ciborgs. Se trata de mensajes más elaborados, más sofisticados y, por tanto, con más probabilidades de hacer pupa. Dicen que se nota que está detrás la mano del hombre, de gente preparada, que no son meros robots automatizados que repican el mensaje sin más. A pesar de mis miedos, he vuelto a sonreír porque el reportaje afirma que los ciborgs trabajan en la red a tres niveles. En el primero están los pastores, que son cuentas muy influyentes que marcan debates y conversaciones. En el segundo, se sitúan los perros pastores, que amplifican los mensajes y atacan a los rivales. Y el tercero se reserva para las ovejas o cuentas automatizadas que se mueven hacia donde les indiquen con el fin de generar imagen de mayoría social. ¿Qué les parece? Pobre lenguaje ganadero, quién se lo iba a decir a rabadanes, mastines, borregas y corderos.

Al parecer, la intención de los responsables de trolls, bots y ciborgs no es convencer a quienes los lean, sino copar y controlar las redes, llenar los foros, crear confusión y descontento, evitar que se difundan otros mensajes. Lo inquietante, además de todo lo anterior, es que las principales redes son conscientes de este peligro, pero no actúan por temor a perder clientela. Un dato: Twitter detecta 3,3 millones de cuentas sospechosas cada semana. Sí, sí, han leído bien: ca-da-se-ma-na. Pues bien, no ha investigado ni ha cortado. Y Facebook hace tres cuartos de lo mismo.

Así que, visto lo visto, somos marionetas en manos de gentes, entes y países que nos hacen creer, si quieren, que el sol sale de noche. Y no diga usted que no, que le llaman antigualla. O troll. Y eso sí que encrespa a cualquiera. Por mucho menos hay quien tira de cheira.