Pues por mucho que deseemos que este soufflé baje creo que hasta sigue subiendo y no sé si no estallará. Todos confiamos que las elecciones del 21-D den un poco de respiro, pero nadie lo tiene claro. Lo cierto es que hay muchos ingredientes que lo mantienen en estado vivo: exconsellers y líderes sociales independentistas en la cárcel, medio Govern con el president de la Generalitat en Bruselas huidos, presidenta y miembros de la mesa del Parlament bajo fianza y la calle sigue caliente.

Lo cierto es que la deslealtad del señor Puigdemont con este país, España, que le vio nacer, ha alcanzado cotas inimaginables. Se está haciendo un daño importante a la imagen de España y hay una parte importante de la opinión publica internacional que siempre protege a los potenciales perdedores.

Nunca en la historia del independentismo catalán, siempre cociéndose por debajo, ha alcanzado tanta temperatura. Enfriar la colada de un alto horno es muy difícil; se necesita mucho tiempo. Si echas agua fría te puedes abrasar.

Tengo la impresión de que una parte importante de catalanes no solo quiere dejar de ser español, sino que ha incubado un odio interno contra todo lo que viene de España. Llegar a este estado necesita tiempo para interiorizarse y la educación en las escuelas ha jugado un importante papel.

Tampoco veo que el Estado Central esté demostrando tener un plan para reconducir el problema al margen de las declaraciones grandilocuentes de algunos dirigentes. Hasta que los diferentes políticos no se sienten en una mesa todo seguirá igual, esperando que suceda un milagro.

El señor Puigdemont ya tiene asumido su papel de mártir y mesías de la causa independentista. Ya no quiere irse a su casa, como manifestó en su día, y se ha entregado a su nuevo rol con total entrega y convencimiento. Como alguien ha sugerido, es muy posible que dos días antes de las elecciones del 21-D se presente en El Prat para ser detenido nada más bajar del avión. El impacto mediático e internacional será de primera plana.

Y algunos de los que vivimos en esta seca meseta, donde la vida está semi parada ya que no suceden demasiadas cosas positivas, contemplamos con incredulidad y preocupación este devenir histórico para nuestra "antigua" nación.

Durante quince días estaré muy lejos de esta tierra y me temo que cuando regrese las cosas no estarán mejor. Seguiré, desde la distancia, mirando de reojo a Cataluña y también confiando en que al menos llueva. Esto sí que sería una gran alegría.