La religión progre-feminista, que pretende tener el monopolio de la defensa de la dignidad de la mujer, se sostiene en la falsa creencia de que existe una conspiración judeocristiana machista opresora de las mujeres, y procura su salvación mediante una supuesta liberación basada en la igualdad real, la liberación sexual y un trabajo que la independice del hombre.

La realidad es que la dignidad del trabajo femenino forma parte de la fe bíblica desde siempre. Así queda claro en la primera lectura de hoy, conocida como "Poema de la mujer hacendosa", donde se alaba la capacidad de la mujer para el trabajo, para sostener la familia, traer riqueza a casa, e incluso para socorrer al necesitado. Capacidad que, por desgracia, no ha sido lo suficientemente valorada socialmente. Por eso, la Biblia pide la alabanza pública del trabajo femenino: "Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza", a la vez que critica el modelo de mujer florero, pues "engañosa es la gracia, fugaz la hermosura".

Por otra parte, la idea de "igualdad real", más allá de la igual dignidad de todos los seres humanos "creados a imagen y semejanza de Dios" y de la igual capacidad para relacionarnos con Cristo, es una idea desquiciante. Primero, porque pretende igualar a todos en capacidades, cuando Dios, que no es igualitario, no ha concedido a todos los mismos talentos, sino "a cada uno según su capacidad", repartiéndolos como quiere. Y segundo, porque el igualitarismo ciego pretende igualar al holgazán con el diligente con eslóganes del tipo "porque tú te lo mereces", y a fuerza de subvenciones a la vagancia, cuando Jesús habla claramente de un premio al diligente y un castigo para el vago, al decir (¡herejía!): "Al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene".Por último, la pretendida liberación de la mujer a través de su trabajo profesional y del sexo libre no ha conducido sino a un individualismo salvaje de hombres y mujeres que, eximidos de ocuparse de los demás y de formar familia, trabajan solo para sí mismos escondiendo en el hoyo de su egoísmo sus talentos (como el criado negligente y holgazán de la parábola). El trabajo (de hombres y mujeres) queda así desprovisto de su finalidad original de entrega a los demás, primero en la familia, y después en la aportación social. En definitiva, queda desprovisto de su último fin, que es Dios, que nos pedirá cuentas de nuestros talentos: "A ese empleado inútil echadle fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes".