Escribo desde la indignación. Me prometí a mí mismo no volver a tocar "lo" de Cataluña durante un tiempo, Estaba, y estoy, como la mayoría de los españoles, harto de un asunto que ya ataca nuestro equilibrio psicológico y amenaza con mandarnos al psiquiatra. De modo que, en consonancia con mi fuero interno, busco temas que se alejen lo más posible de Puigdemont, Junqueras y sus trolas. En ocasiones, cuesta dar con ellos; el "pròces" lo acapara todo. Otras veces, ves la luz pronto y te felicitas por poder hablar de cosas que no sean el 155, Generalitat, 21-D, prisiones para los héroes de la cagalera, exilio en Bruselas del nuevo y valiente Casanova, entrevistas a tirios y troyanos, encuestas, profecías para el día después y así hasta el infinito. En resumen, que esta semana pensaba garrapatear unas líneas sobre la reciente decisión del Parlamento Europeo de apoyar medidas excepcionales, y pronto, ¡¡¡albricias!!!, sobre la despoblación. Por fin, por fin, por fin -me dije-; una noticia que puede ser, para esta tierra, positiva o, al menos, esperanzadora, ilusionante. Pero?

Ese pero vino el viernes. Y llegó de la boquita de una tal Marta Rovira, secretaria general de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y aspirante a convertirse en la Mariana Pineda, Agustina de Aragón o Manuela Malasaña-ji.ji.ji- del independentismo jordiblaugrana o en quizás sí pero no, y, en cualquier caso, la culpa es de España o, mejor dicho, del Estado español, que pronunciar la palabra España les produce más sarpullidos que a Carme Forcadell llevar peineta y mantilla en un palco de las Ventas. ¿Y qué dijo la susodicha? Átense los machos: "Lo que el Govern no estaba dispuesto a asumir era un escenario de violencia extrema con muertos en la calle que se puso de una manera muy contundente sobre la mesa. Nos decían que habría sangre, que no serían pelotas de goma como el 1 de octubre, que la cosa sería más contundente".

Sí, sí, sí, han leído bien. O sea que el Gobierno catalán, el de Puigdemont, Junqueras y demás, reculó en lo de la independencia, la desconexión y otras hierbas porque "alguien" amenazaba con violencia, muertos, sangre. ¿Y quién era ese alguien, ese agresor? Doña Marta no lo aclara, faltaría más, pero sí suelta la piedra. Afirma: "Eso de la violencia nos llegó de muchas fuentes diferentes, contrastadas, fiables. Se nos informaba de que estaban entrando armas en Sant Climent Sescebes (el acuartelamiento más importante de las Fuerzas Armadas españolas en Cataluña, situado en Gerona) y que el Ejército estaba viniendo". Ante este panorama apocalíptico, los sensatos secesionistas dieron una muestra más de prudencia y cordura. Es decir, el Govern, la CUP, las entidades soberanistas subvencionadas o no se sabe quién pararon su plan inicial -Rovira dixit- de avanzar en la independencia tras proclamar la República catalana aquel glorioso y deslumbrante 27 de octubre, hito telúrico tras las maravillosas lecciones democráticas de primeros de septiembre en las que el Parlament pisoteó todas las normas de un Estado de Derecho. No saben lo agradecidos que estamos los demás ante tamaño ejemplo de generosidad y sentido común. Siempre se aprende algo.

Confieso que me dejaron alucinado las frases en la emisora RAC-1, ¡¡¡dónde iba a ser si no!!!, de la señora Rovira. Y esperé como alma en pena, a la puerta del purgatorio, que nos contara cuáles eran esas fuentes "diferentes, contrastadas y fiables" que les habían contado, ¿a quiénes?, que el Gobierno central (o sea Madrit o sea España) planeaba entrar a sangre y fuego en Cataluña para dejar muertos en la calle y acabar a tiros, bombas y proyectiles con el paraíso, Jauja en estado puro, que se abría allende el Ebro después de la proclamación de la independencia, la república y el "adeu, adeu Espanya". Me quedé con las ganas. Doña Marta no añadió nada más. Ni un dato, ni una prueba, ni un indicio, ni un testigo, ni un correo, ni una llamada. Ni siquiera un mensaje procedente de Rusia y retuiteado por robots informáticos y tipos "neutrales" que cobran de la Generalitat con fondos oscuros.

Y uno, claro, se pregunta si vale todo, si se puede actuar, y mentir, con tanta irresponsabilidad, si hay gente que, en su delirio, confunde realidad con deseo hasta el punto de ansiar que haya tiros, muertos, sangre para justificar su impresentable postura y proclamar ante el mundo que están oprimidos, perseguidos y masacrados. Qué pena, qué vergüenza, qué oprobio.

El problema, enorme, es que aun hay quién se traga estas patrañas. Y no reacciona. ¿Comprenden ahora que uno rompa sus promesas y escriba, otra vez, de "lo" de Cataluña desde la indignación?