La buena, la excelente noticia, es que la normalidad ha vuelto al escenario político catalán en la preparación de las elecciones del 21 de diciembre. Verdad es que el acatamiento por parte de los partidos soberanistas del artículo 155 ha sido de facto, a regañadientes y manteniendo como punto esencial de la oferta la baza independentista. Pero eso sucedía ya desde hace años, hasta el punto de haber considerado las elecciones autonómicas que se han sucedido en estos últimos tiempos como si se tratase de plebiscitos en los que lo único que estaba en juego era el derecho a decidir.

Dejemos de lado el hecho obvio de que si unas elecciones se convocan como autonómicas son eso precisamente. La diferencia entre una cosa u otra, en si se está votando un parlamento autonómico o uno soberano, está en la oferta electoral que se haga. Desde su refugio (¿) belga, el expresidente Puigdemont ha intentado forzar la coalición soberanista, cuya presencia es crucial para que se sostenga la idea de que se está votando de nuevo la puesta en marcha del proceso hacia la independencia. A Puigdemont le ha costado poco convencer de ello a su partido, el PdeCat. Pero, tras serle imposible sumar a la CUP a la lista única, la operación sólo se sostenía si Esquerra Republicana de Catalunya entraba también en ella, cerrando el círculo del soberanismo. Lo que haga ERC es la pieza esencial en la estrategia de repetir los pasos que fracasaron con una declaración unilateral de independencia tan confusa que nadie sabe con certeza si se produjo o no.

Aún hay, en teoría tiempo para una lista única a través de las marcas blancas registradas. Pero su mayor escollo está en que Puigdemont, negando todas y cada una de sus proclamaciones enfáticas anteriores, no sólo no se retira del escenario sino que quiere ser el candidato a la presidencia independentista Lo sería por primera vez, habida cuenta de que jamás se sometió al veredicto de las urnas. Pero, ¿qué sentido tiene para ERC, destacada como está en todas las encuestas de intención de voto, el ceder una vez más a un PdeCat a la baja el premio mayor?

Oriol Junqueras se ve ganador seguro de las elecciones del 21 de diciembre, aunque sea en minoría. A partir de ahí, sus opciones a la presidencia de la Generalitat dependerán del Parlament que salga de las urnas; puede que lo logre con apoyos como el del partido que lidera la alcaldesa Colau. Puede que no. Pero lo que es seguro es que no entiende por qué debe repetir, como vicepresidente, a remolque de un personaje tan desprestigiado en términos internacionales como Puigdemont. Si el independentismo mantiene alguna esperanza de recuperar sus opciones, ha de soltar lastre. Y para ello quizá haga falta rebobinar, comenzar de nuevo aceptando el trampolín de unas elecciones autonómicas, libres del espejismo de un plebiscito aquí y ahora. Malas noticias para el viajero Puigdemont