Para teatro, la verdad, prefiero a Tirso de Molina y su don Gil de las calzas verdes. Los actores del drama que vivimos en España son muy malos, y el autor todavía peor, me parece, sin un diálogo que valga la pena. Se libra acaso la puesta en escena, aunque sea un poco de segunda categoría, con escenarios devaluados y enfoques surrealistas.

Porque la cosa va de eso. Puro teatro.

Rajoy aplica el artículo 155 de la Constitución. Vale.

Pero los Mossos siguen mirando para otro lado en los actos independentistas. Cuatro gatos mal contados cortan las carreteras y toman como rehenes a miles de ciudadanos en las estaciones de tren y las autopistas, mientras las fuerzas del orden y el ministro el Interior dicen que hay que evitar provocaciones y no hacen nada para restablecer la ley. Para no hacer nada y evitar provocaciones no hace falta Policía: bastaba una asociación de jubiladas del ganchillo supervisando la movilización.

Se aplica el artículo 155, sí, pero en las escuelas se sigue diciendo que la Policía y la Guardia Civil van allí a matar a las personas. Se organizan manifestaciones infantiles, y hasta con muñecos de juguete para adoctrinar a los niños, y al único inspector de educación que lo denuncia se le expedienta.

Se aplica el 155 y se permite que, con dinero público, TV3 siga emitiendo proclamas independentistas sin llegar a reconocer en ningún momento, ni siquiera con la boca pequeña, que acata la autoridad del Gobierno y considera fallida la proclamada independencia.

Se aplica el 155 y se sigue dejando en sus manos, en suma, las calles, la educación, la policía y los medios de comunicación.

Y en el fondo es normal porque, si se analiza con cuidado, es obvio que el artículo 155 no se lo han aplicado a ellos, sino a nosotros. No tienen intención de que cambie nada, pero han tirado de esa maniobra para que nos callemos, para que nos consideremos satisfechos y para que no incordiemos más con nuestras banderas españolas y nuestras exigencias de justicia.

El artículo 155 no es contra los sediciosos catalanes, sino contra el resto de los españoles.

Y no se podía esperar otra cosa de Rajoy, ese anarquista que se presenta a las elecciones para que no gobierne nadie ni exista autoridad alguna.

Ni Durruti esperó nunca llegar tan alto.